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viernes, 13 de diciembre de 2013

El poder creativo de la enfermedad: superando las limitaciones del cuerpo

(Una nueva colaboración de mi amiga Teresa Suárez Fernández para Regimen Sanitatis 2.0).

“(…) lo auténticamente trágico, comienza allí donde la naturaleza fue lo bastante cruel para romper, o impedir desde el principio, la armonía de la personalidad asociando un alma noble y dispuesta a vivir con un cuerpo inepto para la vida

La montaña mágica
Thomas Mann: el origen

De una conversación con Rodrigo sobre literatura, surgió la idea de crear un club de lectura de novela clásica que inmediatamente puso en marcha junto con tres amigos, eligiendo como primera obra “La montaña mágica”, (seguro que un poco con ‘mala leche’, porque le confesé que había intentado leerla en dos ocasiones y no había sido capaz de terminarla).

Para evitar ser nuevamente vencida por un libro como éste, que no te lo pone nada fácil, empecé a escribir un diario sobre mis avances y tropiezos en la lectura. Al inicio del Capítulo IV, en el apartado titulado “Una compra necesaria”, el Sr. Mann enfrenta a dos de los personajes principales a causa de la enfermedad.

Después de esa entrada en mi diario, seguí indagando sobre el tema y todo cuanto leía me llevaba a la misma conclusión: numerosos enfermos han utilizado las expresiones artísticas, (sean literarias, plásticas o musicales), para superar las secuelas, espantar el miedo, mitigar la angustia y no caer en la desesperación.

Frida Kahlo: una imagen en el espejo
Frida Kahlo fue victima, a los 16 años, de un accidente de tráfico que le destrozo la columna vertebral. Este fue su primer diagnóstico serio: “Fractura de la tercera y cuarta vértebras lumbares, tres fracturas de la pelvis, once fracturas en el pie derecho, luxación del codo izquierdo, herida profunda en el abdomen, producida por una barra de hierro que entró por la cadera izquierda y salió por el sexo, desgarrando el labio izquierdo. Peritonitis aguda. Cistitis que requiere una sonda durante muchos días.

(…) Entonces prescribieron a la enferma que llevara un corsé de yeso durante nueve meses, y un reposo total en cama por lo menos dos meses después de su estancia en el hospital”.

Esta fue su respuesta:


Aunque su vida estuvo marcada por el sufrimiento, utilizó la pintura para exorcizar su dolor y supo transformarlo en inquietantes obras de arte: “Así que no rompí el espejo que tanto me torturó en un principio. Hubiese afectado a mi propia integridad. Y, llevando el análisis más lejos, no me limite a reflejar mi imagen cuando pintaba, sino que le uní la otra imagen, la realidad de mi cuerpo, rota, realmente” (Frida Khalo, Rauda Jamis).

Murió en 1954, a los 47 años de edad.

Ludwig van Beethoven: los sonidos del silencio.

A los 27 años Beethoven advirtió que tenía dificultades para oír. Dos años más tarde visitó por primera vez al médico por ese motivo. En una carta que escribió en 1801 a Franz Wegeler, medico alemán amigo desde la infancia, le relató los tratamientos que le fueron recetados por sus doctores, para su sordera y sus “entrañas”:

La causa de esto debe ser la condición de mis tripas que, como sabes, ha sido siempre terrible y ha estado poniéndose peor, ya que siempre estoy aquejado de diarrea, lo que me causa una increíble debilidad. Frank (el Dr. Frank) quería tonificar mi cuerpo con medicinas de tónico, y restaurar mi oído con aceite de almendras, pero no pasó nada, mi oído se puso peor y peor, y mis entrañas permanecieron en el estado en que se encontraban. Esto duró hasta el otoño del año pasado y a menudo me sentí desesperado.

Entonces apareció un medico asno, que me recetó tomar baños fríos para mi salud. Otro medico mas sensato me receto el usual baño tibio del Danubio. Esto funciono maravillosamente, mis tripas mejoraron, pero mi sordera se quedo igual inclusive peor.

Este último invierno me sentí realmente miserable, tuve ataques terribles de cólicos y volví a mi condición anterior. Así permanecí hasta hace 4 semanas atrás, cuando fui a ver a Vering, pensando que mi condición demandaba un cirujano, y por otra parte tenia gran confianza en él.

Tuvo éxito casi completamente en parar la terrible diarrea. Me prescribió baño tibio de Danubio, dentro del cual debía echar cada vez una pequeña botella de líquido fortalecedor. No me dio ninguna otra medicina hasta hace cuatro días, entonces me prescribió píldoras para mi estomago y una clase de hierbas para mi oído. Desde entonces puedo decir que me siento mejor y más fuerte, excepto por mis oídos que zumban constantemente, día y noche”.

Esta fue su respuesta:

En 1802 seguía perdiendo gradualmente la facultad de oír, pese a lo cual continuó tocando el piano como solista y componiendo obras de gran profundidad y fuerza. En 1816 se había quedado totalmente sordo. Aunque dejó de actuar en público, durante los últimos años de su vida, sumido completamente en el silencio, compuso algunas de sus mejores obras.

Murió en 1827, a los 56 años de edad.

Susan Sontag: las cosas por su nombre 

A Susan, novelista, directora de cine y teatro, ensayista, activista por la democracia y los derechos humanos, le diagnosticaron un cáncer de pecho a los 43 años. Ella respondió con La enfermedad y sus metáforas:

“Aunque la mitificación de una enfermedad siempre tiene lugar en un marco de esperanzas renovadas, la enfermedad en sí (ayer la tuberculosis, hoy el cáncer) infunde un terror totalmente pasado de moda. Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa. Así, sorprende el número de enfermos de cáncer cuyos amigos y parientes los evitan, y cuyas familias les aplican medidas de descontaminación, como si el cáncer, al igual que la tuberculosis, fuera una enfermedad infecciosa. El contacto con quien sufre una enfermedad supuestamente misteriosa tiene inevitablemente algo de infracción; o peor, algo de violación de un tabú. Los nombres mismos de estas enfermedades tienen algo así como un poder mágico”.

Al leer esto he recordado que de pequeños a veces sorprendíamos conversaciones de adultos que parecían incompletas. “Tiene una cosa mala”, decía alguien, y yo recuerdo extrañarme porque todos, sin preguntar, parecían saber de qué cosa se trataba. Igualmente, cuando querían contar que una mujer había sido operada de los ovarios (palabra tabú por excelencia como toda aquella relacionada con la sexualidad) se referían a “sus partes”, expresión que solía ir acompañada de una mano llevada con disimulo a dichas partes, gesto que, pillado al vuelo, nos confundía aún más y acrecentaba nuestra ya de por sí enorme curiosidad infantil.

En Ante el dolor de los demás, Susan relata: “La iconografía del sufrimiento es de antiguo linaje. Los sufrimientos que más a menudo se consideran dignos de representación son los que se entienden como resultado de la ira, humana o divina. (El sufrimiento por causas naturales, como la enfermedad o el parto, no está apenas representado en la historia del arte; el que causan los accidentes no lo está casi en absoluto: como si no existiera el sufrimiento ocasionado por la inadvertencia o el percance.).(…) Las personas son a menudo incapaces de asimilar los sufrimientos de quienes tienen cerca (“Hospital”, la película de Frederick Wiseman, es un documento arrollador sobre este asunto). Aunque se les incite a ser voyeurs —y posiblemente resulte satisfactorio saber que Esto no me está ocurriendo a mí, No estoy enfermo, No me estoy muriendo, No estoy atrapado en una guerra— es al parecer normal que las personas eviten pensar en las tribulaciones de los otros, incluso de los otros con quienes sería fácil identificarse.”

Murió de leucemia a los 71 años. A la enfermedad le costó llevársela.

Daños colaterales
Annie Leibovitz: negativo de la enfermedad


En 2009, tuve la suerte de visitar en Madrid la exposición Annie Leibovitz: vida de una fotógrafa. 1990-2005, organizada en el  marco de Photo España. De esa muestra entre los retratos masculinos, recuerdo los de Robert De Niro, Al Pacino y Daniel Day-Lewis. De los retratos femeninos, entre los que había actrices y modelos famosas, me impactó especialmente una fotografía de Susan Sontag, su pareja sentimental: unos ojos penetrantes, enmarcados en un rostro desafiante, el cabello blanco, muy corto, debido al tratamiento de quimioterapia. Una mirada de tú a tú entre dos mujeres que se conocían, se amaban y que parecían estar diciéndose adiós. ¡Me resultó profundamente conmovedora!


A ese retrato le acompañaban otras imágenes que exponían, de manera descarnada, escenas hospitalarias o los estragos que el cáncer iba causando en su cuerpo. En una entrevista Leibovitz afirmó que preparar la exposición de alguna manera le ayudó a superar el dolor por la perdida sufrida: "Las imágenes de Susan me ayudaron a superar su muerte. Tuve la suerte de revivir todos esos sentimientos y de darme cuenta de todo lo que había recibido de mi familia, de mis padres, de mis hijas. Incluso hoy, al ver la instalación en esta sala, me conmueve ver fotos de mi padre, de mi madre. Hay mucho amor en ese trabajo. Para mí son como pruebas de lo que me dieron."

Fue duramente criticada por esas fotos. Susan Sontag dejó escrito, tal vez premonitoriamente, un contundente argumento en su defensa: “(…) Las imágenes han sido denostadas como el medio a través del cual se mira el sufrimiento a distancia, como si hubiera otra manera de mirar. Pero mirar de cerca —sin la mediación de una imagen— es sólo mirar, de todos modos”.

Annie vive para honrar su memoria.

Por último, un guiño a cinéfilos y amantes de la ciencia ficción: James Cameron confesó que soñó con el robot más terrorífico de la historia del cine, su Terminator, durante la convalecencia de una enfermedad.


Cameron resistió el ataque de los cuatro primeros, ¿sobrevivirá al quinto?

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