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martes, 10 de agosto de 2021

Acuerdos, principios y otras imposturas…

           Amanecer (julio 2021)

«Son páginas los días de un libro misterioso.»

Felipe Benítez Reyes

«El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son.»

Protágoras

Disertaba Javier Gomá Lanzón, en un viejo artículo publicado hace unos años en el diario El País, sobre lo que significa y conlleva la expresión poner o «prestar atención», advirtiendo contra esos latosos inoportunos e impertinentes que (nos) asaltan y usurpan nuestra soledad, permutándola alevosamente por mortal aburrimiento, lo que califica incluso como ‘delito de lesa humanidad’. Recordaba, además, que «la condición de latoso no es exclusiva del individuo, sino que una densa trama de actos protocolarios a los que las expectativas creadas en la vida privada y profesional nos obligan a asistir usuran nuestro tiempo sin aparente beneficio de nadie, y así hartas veces es precisamente la propia sociedad la que se constituye en el más temible y alienante de nuestros time consumers.»

Coincidía en esto con la opinión expresada hace ya tiempo por el gran crítico George Steiner, fallecido hace apenas año y medio, en un breve librito (La barbarie de la ignorancia. Ed. Taller Mario Muchnik. Madrid, 1999), en el que sostenía que «a una obra se le debe atención, y la atención lleva a la reflexión…». De aquí que nadie debería, por tanto, importunar o distraer(nos) impunemente (d)el siempre escaso tiempo de que disponemos para atender al disfrute, contemplación o lectura atenta de la obra de arte, en tanto en cuanto revela cómo entendemos en lo esencial el mundo, aquello que nos hace precisamente (más) humanos o consideramos como valioso, bello o sublime, conceptos que -en palabras de Iris Murdoch- están a su vez relacionados con lo bueno y también, de diferentes maneras, con la idea de libertad. En una serie de agudos ensayos sobre filosofía y literatura publicados hace algún tiempo, (La salvación por las palabras. Ed. Siruela. Madrid, 2018), clama de hecho contra la gris monotonía de las cosas sin gracia –en el sentido amplio del término–.

Hasta hace unos meses, por razón de mi desempeño profesional me veía obligado con relativa frecuencia a asistir a un buen número de actos protocolarios o institucionales de esta naturaleza, con una notable y más que acreditada capacidad para ‘quitarnos la soledad sin darnos compañía’… gracias a latosos (y latosas) de toda clase y condición. No obstante, he de reconocer que en alguna ocasión ello resultaba sobradamente compensado con algunos otros que eran lo suficientemente emotivos y entrañables como para ‘reconciliarnos con el género humano’ por decirlo gráficamente.

En noviembre de 2019 tuve ocasión de asistir a la Mesa inaugural del 14º Congreso de pacientes con cáncer (último celebrado con carácter presencial) que, por diversas razones, resultó no solo (muy) entretenido sino, sobre todo, instructivo y aleccionador. En primer lugar, por las personas asistentes al mismo, encabezadas por mi amiga Begoña Barragán @BBarragan, siempre tan trabajadora y entusiasta; en segundo lugar por el original montaje y la escenografía del mismo, felizmente inspirada (y lograda con brillantes resultados) en el mundo del cine; y en tercer lugar por Ángel Rielo @angelrielo, la persona encargada de presentar y animar la ceremonia, que se definió a sí mismo como ‘feliciólogo’, cómico y ‘motivador de almas’.

En el trascurso del acto, este hombre citó los denominados “acuerdos toltecas”. Confieso que era la primera vez que oía hablar de este tema, y aunque inicialmente sonaba mucho a la espantosa (y pegajosa) jerga sensiblera y cursi de esos libros amarillos de aeropuertos y estaciones sobre autoayuda y crecimiento personal, me llamó la atención la seguridad, el convencimiento de sus palabras y la fuerza con la que transmitía su mensaje.

Al llegar a casa me vi casi en la obligación de hacer algunas averiguaciones sobre la cultura tolteca y este curioso asunto de los acuerdos. El origen se encontraba en una obra llamada Los cuatro acuerdos, publicada en 1997 por el "orador motivacional", escritor y cirujano (?) mexicano Miguel Ruiz y de la que al parecer ha vendido cerca de 4 millones de ejemplares, con textos y temas espiritualistas o neochamanisticos (sic).

[Información adicional (y absolutamente prescindible, por otra parte): Entre los pueblos nahuas precolombinos que habitaban en la altiplanicie de México y de América Central en la época de la llegada de los españoles, la palabra tolteca significaba alguien sabio que dominaba las artes y artesanías. Y la palabra ‘toltequidad’ equivalía a lo que hoy podríamos denominar como ‘alta cultura’. Tolteca era un gentilicio genérico, aplicado a todos los moradores de Mesoamérica. Deriva de la raíz Tol-, que significaba en su origen 'tallo, junco', de donde surgió el nombre de la ciudad de Tula o Tollan ('(lugar donde abundan) los juncos') y debido a la tradición cultural de esta ciudad tolteca (originalmente 'habitante de Tula') llegó a adquirir el sentido de 'persona instruida'. Las ideas toltecas recibieron el nombre tōltēcayōtl 'toltequidad' y se componían de fórmulas religiosas, artísticas y científicas que reflejaban la cosmovisión mesoamericana].

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 En fin, los llamados ‘acuerdos toltecas’ divulgados en su día por Don Miguel Ruiz (ver aquí su página Web con lo que parece un lucrativo y pintoresco negocio familiar a base de libros, cartas, sesiones de coaching, charlas y merchandising variado) son los siguientes:

1.    Sé impecable con tus palabras. Las palabras importan y son poderosas. Suele decirse que “hiere más una palabra que una espada”, se necesita saber usarla y comprenderla, hacerlo de forma asertiva y no usarla para herir. El politólogo Giovanni Sartori afirmaba: «Las palabras son nuestras gafas. Equivocar la palabra es equivocar la cosa». La precisión y el cuidado en la elección de nuestras palabras y expresiones nos lleva directamente a un estado de equilibrio y conformidad plena. Ello contribuye a frenar en el mundo la rueda del odio si, pese a todo, tratamos a las personas con respeto y consideración. Como dijo Shakespeare, “hay palabras que son puñales”, basta con asomarse a las redes sociales, pero también hay palabras que inspiran, acercan, animan y sanan. La palabra es sagrada y hay que aprender a usarla con unción y a callar cuando las palabras pueden lastimar a otros y contaminar un ambiente.

Entiendo que la idea también se refiere a ser respetuosos con la palabra dada y con los compromisos adquiridos, siendo coherente con lo que piensas y lo que haces.

2.    No te tomes nada personalmente. El mundo entero puede hablar sobre nosotros, pero si no lo tomamos como algo personal, seremos inmunes. Ignorando el juicio de los otros conseguiremos no dejarnos manipular y continuar libres. En el fondo, cada uno sabe bien quién es y cómo es en realidad, y nadie debe modificar esta percepción que cada uno tenemos de nosotros mismos, lo que supone directamente evitar enfados, estrés, dolor y cualquier otra sensación negativa para nosotros. Aquello que los otros dicen y hacen, las opiniones que manifiestan, todo sigue los acuerdos que ellos han adoptado consigo mismos y no con nosotros.

Cultivar esta actitud evita conflictos innecesarios y el hecho de sentirse ofendidos, con lo que no tendremos necesidad de defender nuestras convicciones. De este modo no haremos más grande alguna incómoda situación que en realidad es realmente pequeña.

3.    No hagas suposiciones. No prejuzgues. Tendemos a hacer suposiciones y juicios de valor sobre (casi) todo. Damos muchas cosas por sentado y creemos que lo que (pre)suponemos es cierto. Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o piensan nos lo tomamos personalmentey después, los culpamos y reaccionamos mal con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual siempre que hacemos (pre)suposiciones, se suceden problemas. Hacemos una suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo tomamos personalmente y acabamos haciendo un gran drama de nada.

Siempre es un grave error suponer que los demás saben lo que pensamos, que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros y que no es necesario decir lo que queremos de una manera asertiva. Harán lo que queremos porque nos conocen muy bien. Si no lo hacen, si no hacen lo que creemos que deberían hacer, nos sentimos heridos y pensamos: «¿Cómo ha podido hacer eso? Debería haberlo sabido». Suponemos que la otra persona sabe lo que queremos. Creamos un drama completo al hacer esta suposición y después añadimos otras más.

4.    Haz siempre lo máximo que puedas. Da siempre lo mejor de ti mismo(a). Limítate a hacer lo máximo que puedas en cualquier circunstancia de tu vida. Estés enfermo(a) o cansado(a), si siempre haces lo máximo que puedas, no te juzgarás a ti mismo(a) en modo alguno, no te harás reproches, ni te culparás o castigarás en absoluto. Si haces siempre lo máximo que puedas, nunca te recriminarás ni te arrepentirás de nada.

Busca la excelencia sin dejar de ser humilde. Dar lo mejor siempre te saca adelante y te permite convertir en posibles muchos imposibles. Mientras los pesimistas se quejan, los optimistas mejoran el mundo. Mientras algunos(as) buscan excusas para no hacer algo, las personas excelentes ya lo han hecho.

       Citas latinas en el techo de la torre de Montaigne

5.   Sé escéptico, pero aprende a escuchar. En un libro posterior (El quinto acuerdo), Miguel Ruiz, junto a su hijo José Ruiz, desarrolló este otro acuerdo. Se trata de usar el poder de la duda para discernir la verdad, para tomar la suficiente distancia, no creerse todos los mensajes y hacer desaparecer las mentiras, respetando las historias que los demás eligen contarse (y contarnos). De alguna manera todo el mundo construye su historia y dice mentiras, y por ello es importante escuchar sin juzgar, buscando sinceramente comprender al otro(a) en su propia historia.

Acabemos. Siempre es oportuno recordar que conviene no distraerse y estar muy atentos(as) a posibles martingalas e imposturas… puesto que la duda es el motor del conocimiento. El propio Michel de Montaigne ejemplo de escepticismo avant la lettre hizo grabar en su torre la siguiente sentencia: Solum certum nihil esse certi, et homine nihil miserius aut superbius. (No hay nada cierto más que la incertidumbre, y nada más miserable y más soberbio que el hombre.)

Pues eso.

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