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viernes, 13 de septiembre de 2013

Identidad digital, reputación profesional… #carnavalsalud

“Internet lo registra todo y no olvida nada”
Jeffrey Rosen
“Reclamamos transparencia mientras exigimos intimidad”
Luis Fernández-Galiano

En una semana en la que casualmente el Congreso de los Diputados aprueba el Proyecto de Ley de Transparencia, acceso a la información y buen gobierno@monicamoro, @manyez y @ChemaCepeda proponen en el #carnavalsalud del mes de septiembre un tema muy sugerente: “Marca personal-marca profesional, ¿juntas y revueltas?” o lo que viene a ser lo mismo, dónde situamos los difusos e imprecisos límites de la transparencia con respecto a nuestra «identidad digital», en esta confusa época en la que vivimos “extraviados entre el jardín tapiado y el escaparate mediático” al que nos expone el tráfico de las redes.

En su libro “Partes públicas” el periodista Jeff Jarvis explica que nuestra identidad es una expresión en primera persona de nosotros mismos, mientras que la reputación es la opinión y el concepto en tercera persona que otros se han formado de nosotros a través de la imagen que transmitimos. Debido a la creciente “publificación” (entendida como el acto de compartir información, pensamientos o acciones), ambas fuerzas se encuentran en una tensión constante y, en ocasiones, entran en conflicto.

En una entrada anterior del blog hablábamos de diversas iniciativas y estudios de investigación sobre el uso responsable de los 'social media' por los profesionales sanitarios. Desde hace ya algunos años numerosos organismos e instituciones sanitarias han venido estableciendo directrices, guías, recomendaciones y normas para mejorar/asegurar la presencia de los profesionales en el ámbito digital. Todas ellas hacen hincapié en la necesidad de tener en cuenta la persistencia, trazabilidad, replicabilidad y las "audiencias invisibles", que caracterizan a muchas plataformas de social media y que pueden afectar de forma permanente a la reputación y a la huella digital, alterando la imagen de los profesionales entre los pacientes y colegas e incluso socavando la confianza pública en la propia profesión.

Desde el punto de vista ético-profesional, en las relaciones con los pacientes lo más importante es, sin ninguna duda, preservar su privacidad y la confidencialidad en todos los entornos; realizar un seguimiento periódico de nuestra presencia on line y mantener los límites adecuados en esa relación profesional sanitario/paciente y valorar considerar o sopesar siempre la (posible) separación de los contenidos profesionales y personales on line. La mayoría de las directrices y recomendaciones intentan sensibilizar y generar conciencia de la responsabilidad de los profesionales tanto en la publicación de contenidos poco ‘rigurosos’ como en transmitir una imagen poco ‘acorde’ con las expectativas de (sobre) la profesión.

En el ámbito clínico (cuando existe una relación directa con los pacientes), puede no ser deseable la transparencia ‘radical’ sobre esa confusa mezcla de las diferentes facetas que nos conforman, y resulta conveniente mantener siempre una actitud atenta de prudencia y responsabilidad a la hora de enfocar o manifestar nuestra presencia en las redes. Con todas las excepciones que sean menester. Por supuesto que las intervenciones y opiniones son exclusivamente de carácter personal, pero hay que descargar siempre de responsabilidad a la organización o institución en la que trabajamos y debe quedar claro que en ningún caso reflejan o comprometen la opinión y las políticas pasadas o presentes de la misma.

Por lo demás, siempre será bueno conocer esas guías, normas y recomendaciones oficiales de uso y estilo en Internet, pero es complicado establecer reglas, y nada podrá sustituir a la reflexión y al juicio prudente, ponderado y razonable que aporta la experiencia personal y el aprendizaje (muchas veces a través de la técnica ensayo-error).

Somos lo que hacemos o, mejor dicho, nos ven no cómo somos o creemos que somos, sino por lo que hacemos (decimos) y la imagen o información que transmitimos. Y parece que no hemos acabado de entender todavía qué ocurre cuando todo es registrado por todos y es conocible o consultable durante todo el tiempo…

Es (muy) difícil separar los diferentes aspectos o niveles privado-público-profesional, y cada vez es más complicado ‘poner puertas al campo’. En mi caso tiendo a mezclar y a (sobre)compartir. Mi vida personal y profesional se interrelacionan y es inevitable encontrar ideas, comentarios, opiniones personales, lecturas, noticias (hasta valoraciones políticas), en el timeline de mi cuenta de Twitter. Otras redes más específicas o menos generalistas casi se autolimitan por su propio objeto o contenido. También, aunque existe una clara y evidente línea de continuidad que aparece recogida en el frontispicio: “…reflexiones, comentarios y observaciones sobre salud y enfermedad, gestión sanitaria, medicina e historia, sociología, economía de la salud, literatura y otros aspectos relacionados con un ámbito cada vez más incierto y complejo…” en este blog pueden hallarse, juntos y revueltos, aspectos personales y profesionales. Por otro lado, un grupo de amigos mantenemos un blog colectivo (El Frikismo Ilustradoen el que se abordan otros asuntos relacionados con aficiones comunes (cine, literatura, viajes, fotografía…), en general más "frikis", pero he llegado a escribir alguna entrada que se ha publicado en ambos blogs.

Como en la vida real, (sobre)compartir en la red tiene sus riesgos. Si tuviera que dar algún consejo diría que es bueno también actuar como en la vida real: naturalidad, ser uno mismo (autenticidad), coherencia, honestidad (honradez), una buena dosis de sensatez (sentido común), contención, educación y respeto.

Si tenemos alguna duda siempre podemos recordar algunas de las sugerencias y reglas (serias) a tener en cuenta que ofrece con bastante humor Jeff Jarvis:

La regla del tatuaje. Todo lo que publicas en Internet es como un tatuaje. Es permanente, no desaparece (al menos no fácilmente).
La regla de la primera plana. No debes publicar nada en Internet que no te gustaría ver en el New York Times (o en El País).
La regla de la bancarrota social. No podemos responder a todo lo que publicamos si además generamos expectativas de respuesta.
La regla de no dar de comer a los ‘troles’. Internet no tiene la culpa de que existan memos, simplemente los hace más visibles y les da un megáfono. No alimentar ni dar pie de conversación a estos personajes.
La regla del Cabernet. Algunas pociones pueden convertir a la persona más sensata en un trol. Los amigos no permiten que sus amigos blogueen, tuiteen, actualicen su estado social, posen para fotos de Facebook, graben videos de YouTube o manejen otro tipo de maquinaria cuando están ebrios.
La regla de la honradez. Cuando cometas un error, reconócelo. Las correcciones no disminuyen la credibilidad, sino que la aumentan.
La regla de oro. Esta regla sustituye y resume todas las anteriores. La pauta ideal de comportamiento en los blogs y en los social media se reduce a una única cosa: no ser imbécil, no comportarse como un idiota o actuar como un majadero y no hacer payasadas. 
Concluye Jarvis: “Internet es la vida, sólo que a mayor escala y más rápido. Las lecciones que aprendiste de pequeño y las que enseñas a tus hijos sobre cómo tratar a los demás todavía se aplican. La Web no es más que un lugar lleno de personas.”

El público somos nosotros. En última instancia las preguntas clave que debemos hacernos serían: ¿Qué necesitamos mantener en privado y por qué? Y ¿Qué daños se infligen (y a quién) cuando se produce una transgresión (voluntaria o no) de la intimidad?
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