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miércoles, 22 de agosto de 2012

Seguridad, eventos adversos, ‘errores’…

“Hay algunos pacientes a los que no podemos ayudar, pero no hay ninguno al que no podamos dañar”.                                                                                        Arthur Bloomfield (1888-1962)

La “seguridad del paciente” se define como la “ausencia o reducción, a un nivel mínimo aceptable, del riesgo de sufrir un daño innecesario en el curso de la atención sanitaria“ (WHO-OMS, 2009). El “nivel mínimo aceptable” se refiere y está relacionado con el estado actual del conocimiento, los recursos disponibles y el contexto en que se produce la atención, frente al riesgo de no llevar a cabo ese tratamiento o aplicar otra terapia.

Desde hace varios años la seguridad del paciente se considera un elemento clave y una prioridad en la mayoría de los sistemas formales de asistencia sanitaria. La combinación de elementos y factores estructurales u organizativos inherentes al sistema, junto con las actuaciones humanas y la aplicación de procedimientos y tecnologías cada vez más especializadas, han hecho de la atención sanitaria una actividad enormemente compleja, que entraña enormes riesgos potenciales y en la que no existe un sistema capaz de garantizar la ausencia de efectos adversos.

Como se sabe, los efectos no deseados secundarios a la atención sanitaria representan una causa de elevada morbilidad y mortalidad en todos los sistemas sanitarios desarrollados. A las consecuencias personales en la salud de los pacientes por estos daños hay que añadir el elevado impacto económico y social de los mismos. [En España son conocidos el Estudio ENEAS (2005), que estimó la incidencia de eventos adversos en la atención sanitaria entre un 8.6 y un 10.1% de todos los ingresos hospitalarios. Poco después, el Estudio APEAS (2007) puso de relieve que en alrededor del 2% de las consultas realizadas en Atención Primaria ocurre un efecto adverso sobre el paciente como consecuencia de la intervención sanitaria].

Por ello, la mejora de la seguridad de los pacientes viene siendo una estrategia prioritaria en las políticas de calidad de los sistemas sanitarios y se han venido adoptando diversas recomendaciones y estrategias por diversos organismos internacionales (UE, WHO-OMS, OCDE, etc.) para abordar y prevenir la ocurrencia de los efectos adversos relacionados con la asistencia sanitaria. En España, en el marco del Plan de Calidad del SNSaún vigente, la Estrategia nº 8 del mismo, plantea una serie de objetivos y medidas encaminadas a este objetivo.
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Sobre este asunto un artículo del newslwetter FierceHealthcare (August 20, 2012) se refiere a los resultados de una reciente encuesta, (realizada el pasado mes de julio sobre una muestra de 1.000 estadounidenses mayores de 18 años), de la consultora Wolters Kluwer Health y cuyo resumen sería el siguiente:

El 73% de las personas encuestadas declaró sentirse preocupado por los errores médicos, con un 45% "muy preocupado". Las mujeres (76%) expresaron esta preocupación en mayor medida que los hombres (68%), al igual que los encuestados entre 35 y 54 años de edad (76%), en comparación con los más jóvenes (66 %).

Casi uno de cada tres, un 30% del total, afirma que ellos mismos o algún miembro de su familia han sufrido algún error médico, como prescripción equivocada de un medicamento o de la dosis del mismo. Más de uno de cada cinco manifestó haber sido mal diagnosticado por un médico y, desde el punto de vista más “comercial”, casi la mitad (45%) informó haber recibido una factura incorrecta.

Cuando se les preguntó por qué creen que ocurren estos errores, el 35% de las personas encuestadas cita la “mala comunicación entre el personal del hospital”, seguido de las “prisas” de médicos y enfermeras (26%), el cansancio del personal (14%) y la escasez de personal en los hospitales (12%).

El 84% de los entrevistados también declara haber adoptado medidas para evitar este tipo de errores, siendo las mujeres (87%) más propensas a hacerlo que los hombres (81%). La medida más habitual es hacer una “investigación” por su cuenta para validar el diagnóstico o el plan de tratamiento propuesto por un médico (66%), seguido de la petición de una segunda opinión (56%). Más de un tercio (36%), han escrito las instrucciones para su médico o enfermera. En casi uno de cada cinco casos (19%), se ha retrasado un procedimiento para un día en que el médico pudiera estar más centrado o descansado, por ejemplo no programándolo a finales de la semana o en el mismo fin de semana.

Finalmente, aunque la mayoría de las personas encuestadas manifestó su lógica preocupación por los errores médicos, un 68% consideran que la tecnología podría ayudar a reducir dichos errores en la asistencia sanitaria.

En relación con los eventos adversos, hace unas semanas (9 de agosto, 2012) Leah Binder, Presidente y CEO de Leapfrog Group, publicaba una columna en el New York Daily News en la que afirmaba que más de 200.000 pacientes (!) mueren cada año en los Estados Unidos por errores médicos prevenibles y por infecciones en los hospitales. (El 'clásico' estudio del IOM To err is human hablaba en 2000 de una cifra entre 44.000 - 98.000 muertes).

Leapfrog Group es una organización independiente sin ánimo de lucro que publica el Índice de Seguridad Hospitalaria, un ranking que refleja mediante técnicas de benchmarking el grado de seguridad de diferentes hospitales para determinadas técnicas o procedimientos. En un contexto de asistencia sanitaria privada, en la que los pacientes pueden (o más bien “se ven obligados” a) elegir, adoptando un papel de “clientes” y actuando como “consumidores” es obvio que puede ser un recurso que aporte una mayor transparencia e información útil y valiosa. Es interesante hacer la prueba con alguna ciudad de Estados Unidos y comprobar los resultados de alguno de sus hospitales más relevantes o prestigiosos (por ej. Boston. MA).

También según un informe publicado en julio pasado por la Office of Inspector General (U.S. Department of Health & Human Services), los hospitales sólo informan del 1% de los eventos adversos y de los daños temporales en el caso de los beneficiarios de Medicare. Sin embargo, los bajos niveles de notificación y declaración se atribuyeron a que el personal no sabe con exactitud qué eventos se deben declarar.

Sobre los dispositivos electrónicos y las TIC, están apareciendo nuevas herramientas que seguramente ayudarán a reducir los errores, como por ejemplo aplicaciones para smartphone que registran las comunicaciones médico-paciente, y pueden ser reproducidas de nuevo para asegurarse de que ambas partes tienen claro el plan de tratamiento. Algunos hospitales infantiles han comprobado también que la incorporación de una foto del paciente en las HCE puede ayudar a prevenir algunos errores médicos derivados de las peticiones electrónicas.
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La seguridad en la atención sanitaria es y seguirá siendo una tarea permanente que exige sobre todo sensatez, prudencia y perseverancia, y en la que están implicados todos los agentes del sistema: aseguradores, proveedores, directivos y gestores, profesionales y pacientes...

Conviene tener en cuenta, (como recordaban hace ya algún tiempo Carlos Aibar y Jesús Aranaz: Seguridad del paciente: cuaderno de bitácora”), que:

“Los profesionales sanitarios hemos estado demasiado tiempo alimentando en la sociedad el falso mito de la perfección y la infalibilidad de la práctica clínica”. (…)

“La seguridad del paciente no reside en un dispositivo asombroso y costoso o en un profesional excelente. La seguridad es consecuencia de un modo de trabajar en el que la aplicación del mejor conocimiento disponible es un elemento decisivo”.

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