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jueves, 3 de mayo de 2012

Marcos y cerebros. Reconquistar las palabras


Dromedarios. Foto: George Steinmetz. National Geographic, 2005

Hace unos días en su sección ‘Pantallas ¿saludables?’, de las páginas de opinión de Diariomedico.com, Joan Carles March @joancmarch reflexionaba sobre el poder de las palabras para cambiar la percepción de una cuestión o idea determinada, incluso en debates complejos como el sanitario: Por qué lo llaman reordenación cuando quieren decir recortes: poniendo palabras que no suenen a trágicas.

Escudados en la supuesta necesidad de llevar a cabo un ineludible e inevitable ajuste fiscal, estamos asistiendo a un sistemático y progresivo desmantelamiento de los servicios públicos y de los sistemas de protección social por parte de nuestro Gobierno conservador. Al mismo tiempo se repiten parecidas declaraciones de algunos responsables públicos, cuya intención no sería tanto la de explicar o justificar las medidas adoptadas, (la mayoría inaceptables, impopulares, y por tanto de difícil explicación e imposible justificación), como la de alterar el sentido de las mismas, manipulando y tergiversando el lenguaje, cambiando deliberadamente el significado y el sentido de las palabras.     

Así, en el caso de la sanidad se dice que "no se hacen recortes, sino ajustes". Más aun, “no son ajustes, sino reformas", cumpliendo el "compromiso de no establecer ningún tipo de copago asistencial”.

“…estas formas de decir las cosas, se basan en una idea que parece tienen muy clara, los dirigentes del Ministerio de Sanidad: es importante medir las palabras, hablar con cuidado para no decir sino lo que convenga, con la idea de no generar conflictos ni distancia con las palabras que se ponen en una conversación o diálogo”.

Observamos cómo, de manera reiterada, se emplean eufemismos, metáforas, circunloquios y figuras retóricas amables, que no incomoden, “palabras, expresiones o promesas dichas con intención de agradar y convencer. Todas ellas se podrían nombrar como palabras mágicas, que son algo más que la voz que usan los magos y los hechiceros”… palabras cuyo empleo no es casual, cuidadosamente estudiadas en los gabinetes de comunicación, palabras con valor taumatúrgico que operan el prodigio de cambiar el sentido y la percepción de la realidad.

En dos entradas anteriores comentábamos el empeño de los actuales responsables de la gestión sanitaria en inventar una especie de “contrarrealidad” mediante una “neolengua” en la que tratan de justificar medidas de recorte de gastos como una racionalización de los mismos. Llegan a insinuar incluso que tales actuaciones no tendrán repercusión sobre la salud de los ciudadanos, ni sobre la calidad asistencial.

Nunca se habla de recortes, siempre son reestructuraciones, reajustes y reformas muy convenientes y necesarias para mejorar la gestión. Se emplean de forma espuria términos como sostenibilidad, flexibilidad o racionalización, asociados siempre a conceptos positivos tales como modernidad, dinamismo, innovación o progreso. Se convierten así en comodines que en realidad pretenden esconder y justificar, de manera cínica e hipócrita, su intención de eliminar regulaciones legales y llevar a cabo una dura y dolorosa política de ajustes y restricciones que suprime o recorta derechos, servicios y prestaciones a los ciudadanos (como estamos viendo). 

Llegamos así a una auténtica perversión del lenguaje debida a la adulteración y vulneración de las reglas de juego semánticas.

A través de este tipo de declaraciones y formulaciones, que modifican el léxico y subvierten el significado de las palabras, se cambia la propia imagen social, alterando el paradigma moral vigente. Pero como recuerda y señala el filósofo Alasdair MacIntyre, alterar los conceptos, ya sea modificando los existentes, inventando otros nuevos o destruyendo los viejos, es alterar el comportamiento, algo que no es inocente desde un punto de vista ético:

“La sociedad moderna se caracteriza precisamente por su incoherencia moral, producto de la agregación, a lo largo de la historia, de vocabularios incongruentes”. El resultado es que “el lenguaje moral contemporáneo está en grave estado de desorden”.

Marcos conceptuales

Es suficientemente conocida la frase: “Una mentira mil veces repetida....se transforma en verdad”. Desde hace tiempo sabemos que repetir mil veces una mentira no cambia la realidad, pero sí su percepción.

Según George Lakoff, autor del famoso y conocido libro No pienses en un elefante -un bestseller en EEUU-, los “marcos” son estructuras mentales profundamente arraigadas que configuran nuestra comprensión del mundo y permiten al ser humano entender la realidad y, a veces, crear lo que entendemos por “realidad”.

De esta manera, los marcos conforman las metas que nos proponemos, los planes que hacemos, nuestra manera de actuar y aquello que cuenta como el resultado bueno o malo de nuestras acciones. En política nuestros marcos conforman nuestras políticas sociales y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar nuestros marcos es cambiar todo esto; el cambio de marco es cambio social.

Pero lo más interesante, como ha demostrado la neurolingüística y la ciencia cognitiva es que “todas las palabras se definen en relación a marcos conceptuales. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro su marco (o su colección de marcos). Cambiar de marco es cambiar el modo que tiene la gente de ver el mundo. Es cambiar lo que se entiende por sentido común”.

Los marcos profundos son los marcos básicos que constituyen una cosmovisión moral o una filosofía política. Esos marcos profundos definen el “sentido común” del ser humano. Podemos pensar que “solo existe un sentido común y que es el mismo para todo el mundo. No es así. Nuestro sentido común está determinado por los marcos que adquirimos inconscientemente, y el sentido común de una persona puede ser para otra una perversa ideología”.

Marcos, metáforas, estereotipos y otros mecanismos cognitivos intervienen de manera notable en las decisiones que se adoptan, pues condicionan nuestra forma de pensar y acaban modificando nuestras actitudes y comportamientos. Es así como puede llegarse a aberraciones tales como denominar “técnicas de interrogatorio mejoradas”, a lo que lisa y llanamente es tortura (algo que ocurrió en EEUU durante la administración Bush, tal y como explica Lakoff en otro de sus libros Thihking Points: Communicating Our American Values and Vision).

En nuestro caso todo esto se realiza en un contexto en el que se han diseñado una serie de marcos correspondientes para reforzar un conjunto de ideas preconcebidas que terminan literalmente incrustándose en nuestras cabezas. Recordemos algunas de estas simplezas y frases hechas que han hecho fortuna en los últimos tiempos, y que, como dice Juan Simó Miñana, a lo largo de una estupenda serie de entradas de lectura imprescindible, en su blog “Salud, dinero y… atención primaria”, no son sino “boberías”:
 
- “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”…
- “No se puede gastar lo que no se tiene y vivir en la cultura del “gratis total”…
- “Solo podemos tener los servicios que podamos permitirnos (o pagarnos)”...
- “La situación actual es producto de la herencia recibida”…

Guste o no, el problema es que en nuestra cultura de eslóganes resulta más difícil convencer con razonamientos y argumentos complejos. De aquí que la técnica de repetir unas mismas palabras para expresar una idea resulte efectiva. La repetición asienta los marcos en el cerebro aprovechando los marcos conceptuales, es decir, los valores morales y principios políticos de alcance general que permiten que un eslogan o una frase llamativa calen en el público.

Nadie como Juan José Millás ha explicado toda esta serie de incongruencias en su columna “Un sindiós”, (El País, 26 de abril de 2012). Tras su lectura solo cabe añadir el título de aquella célebre sección de la revista “La Codorniz”, aparecida a finales de los años 40’s del pasado siglo: “Tiemble después de haber reído”.

Por eso, por más que se empeñen nuestros gobernantes, aplicando estas mismas técnicas, conviene insistir machaconamente, llamar a las cosas por su nombre y seguir repitiendo:

“No existe, base racional para considerar que el gasto sanitario público español se haya situado por encima de nuestras posibilidades económicas, ni mucho menos que forme parte de las causas que han conducido a la crisis económica actual”.

[Sobre la foto que ilustra esta entrada, publicada en su día en National Geographic, fue tomada cerca de Wadi Mitan en el Oeste de Omán. A primera vista se ve una manada de dromedarios en el desierto, pero en realidad las formas que vemos son las sombras que proyectan los verdaderos dromedarios, que son las líneas claras que están en la base de la sombra. La foto está tomada cenitalmente estando el sol muy bajo, lo que provoca este curioso efecto. Algunos, a pesar de todo, dirían que son… camellos!].
 

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