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martes, 30 de noviembre de 2021

Sobre el concepto de «Policía médica»

Foto: Ecce HomoEvelyn Bencicova

Apenas si somos conscientes de lo que tenemos encima. Por no saber, ni sabemos bien desde dónde venimos ni hacia dónde nos dirigimos (bueno, esto sí: hacia la inevitable extinción tras el Antropoceno).

Seguimos inmersos en estos extraños tiempos de pandemia en los que se reclaman extraordinarias medidas coercitivas supuestamente para hacer frente a los contagios de la moderna peste del coronavirus; en los que –inevitablemente– siguen apareciendo mutaciones y variantes del virus SARS-CoV-2 y se propone la vacunación obligatoria de los réprobos que se niegan a hacerlo, estigmatizando y atribuyendo (sin justificación alguna) a los no vacunados los peores males; tiempos grises en los que magistrados con ínfulas epidemiológicas (y sorprendentes conocimientos clínicos sobrevenidos) adoptan esperpénticas resoluciones judiciales, (por no hablar ya de las extemporáneas sentencias de un más que desprestigiado Tribunal Constitucional que anulan los estados de alarma); tiempos oscuros en los que continuamente siguen apareciendo chamanes y expertos televisivos de mesa camilla que propugnan las soluciones más inverosímiles y extravagantes sin ningún fundamento, como en una nueva versión actualizada de El retorno de los brujos.

Históricamente las enfermedades infectocontagiosas se han presentado con frecuencia como un fenómeno natural, y las medidas adoptadas frente a ellas como una simple intervención científica, sin supuestos o connotaciones políticas e ideológicas. Lo cierto, sin embargo, es todo lo contrario. Ya en el año 2000 Malcolm Gladwell en The Tipping Pointescribía lo siguiente: «La epidemia de sida es, fundamentalmente un fenómeno social, es decir, se extiende más por las estructuras sociales y la pobreza y los prejuicios y la personalidad misma de la comunidad, de modo que para su transmisión es menos importante la biología que la sociología».

La actual pandemia de COVID-19 es al menos un fenómeno tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa en modo alguno a las representaciones sociales vigentes, a las diversas opciones políticas o a diferentes (y con frecuencia interesadas) premisas ideológicas. De hecho, como han explicado algunos expertos, (digamos más serios), la crisis de COVID-19 no es una pandemia, es una sindemia, (de sinergia y epidemia), es decir, la suma de dos o más epidemias o brotes de enfermedades concurrentes o secuenciales en una población con interacciones biológicas, que exacerban el pronóstico y carga de la enfermedad. La naturaleza sindémica y compleja de la amenaza que enfrentamos significa que se necesita un enfoque más ‘matizado’ si de verdad queremos proteger la salud de la comunidad.

La noción de sindemia fue concebida por primera vez por el antropólogo médico estadounidense Merrill Singer en la década de 1990 y desarrollada posteriormente en su libro Introduction to syndemics: a critical systems approach to public and community health, de 2009. En un artículo publicado en 2017 en The Lancet, Singer argumentaba que un enfoque sindémico revela interacciones biológicas y sociales que son importantes para el pronóstico, el tratamiento y la política sanitaria. El modelo sindémico de salud pone el foco en el complejo biosocial, es decir en las enfermedades co-presentes o secuenciales que interactúan entre sí y en los factores sociales y ambientales que promueven y potencian los efectos negativos de la interacción de enfermedades. Este enfoque de la concepción de la salud y de la práctica clínica reconfigura la comprensión histórica convencional de las enfermedades como entidades nosológicas distintas de la naturaleza, separadas de otras enfermedades e independientes de los contextos sociales en los que se encuentran. Por el contrario, todos estos factores tienden a interactuar de manera sinérgica de diversas formas consecuentes, lo que tiene un impacto sustancial en la salud de las personas y de la población en general. Más específicamente, un enfoque sindémico examina por qué ciertas enfermedades se agrupan (es decir, múltiples enfermedades que afectan a individuos y grupos); las vías a través de las cuales interactúan biológicamente en los individuos y dentro de las poblaciones (y, por lo tanto, multiplican su carga general de morbilidad), y las formas en que los entornos sociales, especialmente las condiciones de desigualdad e injusticia social, contribuyen a la agrupación e interacción de enfermedades, así como a la vulnerabilidad. Desde este punto de vista, y como sostiene Richard Horton, editor principal de la revista The Lancet en un artículo publicado en septiembre de 2020: “no importa cuán efectivo sea un tratamiento o una vacuna, la búsqueda de una solución puramente biomédica para la COVID-19 fracasará”. Adoptar un enfoque sindémico en el abordaje de la COVID-19, añade, “invita una visión más amplia, que abarque la educación, el empleo, la vivienda, la alimentación y el medio ambiente”. El objetivo es revertir las profundas desigualdades que atraviesan a nuestras sociedades y amplían los efectos de la enfermedad.

En el actual contexto pandémico de excesos generalizados, de preocupantes y autoritarias proclamas médico-sanitarias, y de una inadecuada retórica represiva y belicista (hace pocos meses, en una entrada de su -indispensable- blog Tránsitos intrusos Juan Irigoyen llega a denominar a esta situación como La guerra imaginaria de la COVID y la militarización), tal vez sea instructivo recordar los orígenes del concepto de «policía médica». Aquí conviene recordar que todos los ideales propuestos como deseables objetivos sociales tienen siempre dos dimensiones: una emancipadora o de liberación de las amenazas -bien de la naturaleza, bien de los poderosos- y otra coactiva, de imposición disciplinaria…

Publicada en 1638, la obra Politia medica del Dr. Ludwig von Hörnigk (1600-1667), médico principal de Fráncfort, constituye una de las primeras contribuciones históricas al desarrollo del pensamiento sobre la responsabilidad del gobierno y las obligaciones del Estado sobre la salud de la comunidad.

Como explica el historiador de la medicina George Rosen en uno de los capítulos de su obra “De la policía médica a la Medicina social. Ensayos sobre la historia de la atención a la salud” (1974), se trata un trabajo notable en varios aspectos. Solo el largo título que aparece en la portada del libro, presenta ya un listado completo de su contenido, enumerando todo tipo de figuras sombrías que competían entonces con los médicos con formación universitaria:

«Policía médica o una Descripción de los Médicos, tanto de los ordinarios como de los médicos designados para los Juzgados, los municipios, Militares, Hospitalarios y médicos de la Peste, Boticarios, Farmacéuticos, Cirujanos, Oculistas, Operadores de Hernias y de cálculos; Panaderos de repostería, Comerciantes y Bañistas. También de las mujeres comisionadas para supervisar a las parteras, niñeras y enfermeras. Así como toda clase de curanderos no autorizados, fraudulentos e impúdicos, tales como viejas brujas, carteristas, adivinos de bolas de cristal, curas de aldea, ermitaños, malabaristas, profetas de la orina, judíos, médicos de becerros, vagabundos, charlatanes, correveidiles, fanáticos, pseudo-Paracelsistas, charlatanes, cazadores de ratas, encantadores, exorcistas, hechiceros, gitanos, etc. Y finalmente los pacientes o los propios enfermos. Qué tienen que hacer estos y cómo deben ser supervisados. Para uso particular y provecho de todos los Señores, Tribunales, Repúblicas y Comunidades.»

«Recopilado a partir de las Sagradas Escrituras, el derecho canónico y secular, las ordenanzas policiales y muchas obras confiables por el Dr. Ludwig von Hörnigk».

Como se deduce de este resumen, el autor se refiere a numerosos aspectos de la salud y la enfermedad que tienen implicaciones sociales. Su exposición se basa en numerosas ordenanzas y normas médicas existentes en algunas ciudades alemanas. Aunque el libro no es original en sus opiniones, se destaca que la salud es un problema de la comunidad y que corresponde a las autoridades constituidas actuar cuando sea necesario conservarla.

Pocos años más tarde, en 1655, aparece Der Teutsche Fürsten Staat un compendio de leyes civiles y normas administrativas escrito por Veit Ludwig von Seckendorff, una completa formulación de las ideas vigentes en torno a los problemas de la salud y de la vida social. Según estas, el propósito adecuado del gobierno es establecer las normas que aseguren el bienestar de la tierra y del pueblo. Un programa de gobierno debe preocuparse por mantener y supervisar a las parteras, por el cuidado de los huérfanos, la designación de médicos y cirujanos, la protección contra las plagas y otras enfermedades contagiosas, el uso excesivo de bebidas alcohólicas y de tabaco, la inspección de los alimentos y del agua, las medidas para la limpieza y drenaje de las ciudades, el mantenimiento de hospitales y la provisión de ayuda a los pobres.

La supervisión gubernamental de la salud pública fue propugnada en numerosas obras publicadas a lo largo del siglo XVII y XVIII, a partir de la premisa de que las autoridades y el gobierno están obligadas por ley natural a cuidar de la salud de sus súbditos. Un buen ejemplo es la obra de Elias Friedrich Heister, De principum cura circa sanitatem subditorum (Sobre el cuidado por el soberano de la salud de sus súbditos), publicada en 1738. Como indica el título, trata de las diversas medidas que debería tomar un príncipe para conservar la salud de su pueblo. Entre los temas considerados están la alimentación, el abuso de bebidas alcohólicas y las enfermedades contagiosas.

Igualmente, en 1753 J.G. Sonnenkalb publicó De sanitatis publicae obstaculis una disertación sobre las dificultades del mantenimiento de la salud pública, refiriéndose a las impurezas del aire, las malas condiciones de los hospitales, la falta de experiencia de las parteras, los burdeles y los fraudes y abusos en la venta de los alimentos.

El interés por la salud vista como una cuestión de política pública se desarrolló a partir del concepto de policía médica. A partir de las ideas de los filósofos políticos, los médicos adoptaron el concepto de policía y empezaron a aplicarlo a los problemas médicos y de la salud. Todo monarca necesita de súbditos sanos capaces de cumplir con sus obligaciones en la paz y en la guerra y por esta razón el Estado debe cuidar de la salud de su pueblo. El médico está entonces obligado no solo a tratar a los enfermos, sino también a supervisar la salud de la población. Esta labor se ve obstaculizada en buena medida por las nefastas y detestables actividades de charlatanes y curanderos. Para poder tener un personal médico competente era pues necesario, promulgar reglamentos de policía médica que regulen la educación médica, supervise las farmacias y los hospitales, evite las epidemias, combata a los curanderos y eduque a la población.

Estas ideas ganaron popularidad rápidamente, de manera que la policía médica como concepto se refiere, sobre todo, a las teorías, políticas y aplicaciones originadas en los fundamentos políticos y sociales del llamado cameralismo (el Estado absolutista y mercantilista alemán de los siglos XVII y XVIII) para ser aplicadas al ámbito de la salud y del bienestar con el fin de asegurar tanto al Estado como al monarca crecientes riquezas y poder.

Con frecuencia, la mejor forma de enfrentarnos a las amenazas del pasado y saber qué nos deparará el futuro, consiste en mirar hacia el pasado. Es bien sabido que toda historia se elabora a partir de las omisiones y de las carencias, y que los hechos suelen seleccionarse de acuerdo con los intereses de quienes la escriben, de manera que las estadísticas están muchas veces al servicio de los discursos imperantes.

La aparición en 1779 del primer volumen de la monumental System einer vollständigen medicinischen Polizey (Sistema integral de policía médica), de Johann Peter Frank, (de la que se publicaron siete tomos en vida del autor y otros dos de manera póstuma), supuso un hito en la historia del pensamiento y vino a consolidar la idea de las relaciones sociales de la salud y la enfermedad. Frank, considerado como un pionero de la medicina social, le dio una base más sólida y sistemática al concepto de policía médica y su influencia se extendió hasta bien entrado el s. XIX, incorporándose como disciplina en la enseñanza de varias universidades alemanas y promulgándose leyes sanitarias con el objetivo de regular distintos aspectos relacionados con la cualificación y las obligaciones del personal médico, el control de las epidemias, la supervisión de los establecimientos de comidas, el control de la prostitución y la supervisión de los hospitales. En 1790 Frank impartió una conferencia en la escuela de medicina de la universidad de Pavía, significativamente titulada De populorum miseria: morborum generatrice (La miseria del pueblo, madre de las enfermedades).

Apoyándose en la tesis de Nietzsche (“No hay hechos sino interpretaciones de los hechos”), Foucault sostuvo que no existe una verdad absoluta, sino que existen interpretaciones múltiples de los hechos y es el poder el que crea la verdad. Es decir, ante un hecho determinado cada individuo crea su interpretación del hecho, “su” verdad, pero el poder es el que dispone de los medios para imponer su interpretación a los demás. La interpretación no acaba nunca: en el fondo no hay nada que interpretar porque en el fondo toda versión, toda interpretación es subjetiva. (Desde esta perspectiva, el poder sería entonces la capacidad de una persona o de un grupo determinado de imponer su verdad como verdad para todos).

En fin, la situación en que nos encontramos y las medidas excepcionales que se están adoptando muestran bien a las claras las turbias relaciones entre (mala) política, (mala) ciencia y capitalismo, así como la irracionalidad política y científica de algunas de las respuestas más autoritarias que se están dando a la pandemia (restricción de viajes, obligatoriedad de vacunar a determinados colectivos, imposición de pasaporte COVID-19, etc.). 

Mientras tanto, se mantienen las (intolerables) condiciones de temporalidad y precariedad de muchos profesionales sanitarios contratados provisionalmente (y que ya han sido despedidos o lo serán en los próximos días), continúan las limitaciones presupuestarias y los recortes en otros ámbitos asistenciales como la Atención Primaria con una situación insostenible desde hace años, se multiplican los tiempos de espera para recibir atención sanitaria y los seguros de salud privados alcanzan cifras record de contratación.

A estas alturas, reducir y limitar el daño causado por el SARS-CoV-2 exigirá prestar mucha más atención a las enfermedades crónicas no transmisibles y a la desigualdad socioeconómica de lo que se ha hecho hasta ahora. A corto plazo es necesario recuperar la confianza de la ciudadanía y mejorar las condiciones asistenciales, reducir drásticamente las listas de espera y dotar al sistema de más y mejores recursos, equipamiento y profesionales suficientes, bien formados, valorados y remunerados. A más largo plazo, serán precisos cambios profundos de la cultura organizativa del SNS y una transformación del paradigma de atención actual hacia otro de cuidados, más salutogénico, preventivo, poblacional, predictivo, proactivo y personalizado. Implicará una reingeniería de los procesos de atención, el desarrollo de nuevas capacidades y prestaciones, con un impulso claro a la atención integral, integrada e integradora, cada vez más apoyada en las tecnologías de la informmación. Esta transformación debe considerar, en todo caso, la gestión de la atención a la cronicidad y el enorme impacto que hoy tiene la complejidad, la coordinación con los servicios sociales, la orientación de las intervenciones en función de los resultados en salud, la mejora de la experiencia del paciente y la sostenibilidad del sistema, así como la participación activa, tanto de profesionales como de la ciudadanía.

Nada menos…

martes, 10 de agosto de 2021

Acuerdos, principios y otras imposturas…

           Amanecer (julio 2021)

«Son páginas los días de un libro misterioso.»

Felipe Benítez Reyes

«El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son.»

Protágoras

Disertaba Javier Gomá Lanzón, en un viejo artículo publicado hace unos años en el diario El País, sobre lo que significa y conlleva la expresión poner o «prestar atención», advirtiendo contra esos latosos inoportunos e impertinentes que (nos) asaltan y usurpan nuestra soledad, permutándola alevosamente por mortal aburrimiento, lo que califica incluso como ‘delito de lesa humanidad’. Recordaba, además, que «la condición de latoso no es exclusiva del individuo, sino que una densa trama de actos protocolarios a los que las expectativas creadas en la vida privada y profesional nos obligan a asistir usuran nuestro tiempo sin aparente beneficio de nadie, y así hartas veces es precisamente la propia sociedad la que se constituye en el más temible y alienante de nuestros time consumers.»

Coincidía en esto con la opinión expresada hace ya tiempo por el gran crítico George Steiner, fallecido hace apenas año y medio, en un breve librito (La barbarie de la ignorancia. Ed. Taller Mario Muchnik. Madrid, 1999), en el que sostenía que «a una obra se le debe atención, y la atención lleva a la reflexión…». De aquí que nadie debería, por tanto, importunar o distraer(nos) impunemente (d)el siempre escaso tiempo de que disponemos para atender al disfrute, contemplación o lectura atenta de la obra de arte, en tanto en cuanto revela cómo entendemos en lo esencial el mundo, aquello que nos hace precisamente (más) humanos o consideramos como valioso, bello o sublime, conceptos que -en palabras de Iris Murdoch- están a su vez relacionados con lo bueno y también, de diferentes maneras, con la idea de libertad. En una serie de agudos ensayos sobre filosofía y literatura publicados hace algún tiempo, (La salvación por las palabras. Ed. Siruela. Madrid, 2018), clama de hecho contra la gris monotonía de las cosas sin gracia –en el sentido amplio del término–.

Hasta hace unos meses, por razón de mi desempeño profesional me veía obligado con relativa frecuencia a asistir a un buen número de actos protocolarios o institucionales de esta naturaleza, con una notable y más que acreditada capacidad para ‘quitarnos la soledad sin darnos compañía’… gracias a latosos (y latosas) de toda clase y condición. No obstante, he de reconocer que en alguna ocasión ello resultaba sobradamente compensado con algunos otros que eran lo suficientemente emotivos y entrañables como para ‘reconciliarnos con el género humano’ por decirlo gráficamente.

En noviembre de 2019 tuve ocasión de asistir a la Mesa inaugural del 14º Congreso de pacientes con cáncer (último celebrado con carácter presencial) que, por diversas razones, resultó no solo (muy) entretenido sino, sobre todo, instructivo y aleccionador. En primer lugar, por las personas asistentes al mismo, encabezadas por mi amiga Begoña Barragán @BBarragan, siempre tan trabajadora y entusiasta; en segundo lugar por el original montaje y la escenografía del mismo, felizmente inspirada (y lograda con brillantes resultados) en el mundo del cine; y en tercer lugar por Ángel Rielo @angelrielo, la persona encargada de presentar y animar la ceremonia, que se definió a sí mismo como ‘feliciólogo’, cómico y ‘motivador de almas’.

En el trascurso del acto, este hombre citó los denominados “acuerdos toltecas”. Confieso que era la primera vez que oía hablar de este tema, y aunque inicialmente sonaba mucho a la espantosa (y pegajosa) jerga sensiblera y cursi de esos libros amarillos de aeropuertos y estaciones sobre autoayuda y crecimiento personal, me llamó la atención la seguridad, el convencimiento de sus palabras y la fuerza con la que transmitía su mensaje.

Al llegar a casa me vi casi en la obligación de hacer algunas averiguaciones sobre la cultura tolteca y este curioso asunto de los acuerdos. El origen se encontraba en una obra llamada Los cuatro acuerdos, publicada en 1997 por el "orador motivacional", escritor y cirujano (?) mexicano Miguel Ruiz y de la que al parecer ha vendido cerca de 4 millones de ejemplares, con textos y temas espiritualistas o neochamanisticos (sic).

[Información adicional (y absolutamente prescindible, por otra parte): Entre los pueblos nahuas precolombinos que habitaban en la altiplanicie de México y de América Central en la época de la llegada de los españoles, la palabra tolteca significaba alguien sabio que dominaba las artes y artesanías. Y la palabra ‘toltequidad’ equivalía a lo que hoy podríamos denominar como ‘alta cultura’. Tolteca era un gentilicio genérico, aplicado a todos los moradores de Mesoamérica. Deriva de la raíz Tol-, que significaba en su origen 'tallo, junco', de donde surgió el nombre de la ciudad de Tula o Tollan ('(lugar donde abundan) los juncos') y debido a la tradición cultural de esta ciudad tolteca (originalmente 'habitante de Tula') llegó a adquirir el sentido de 'persona instruida'. Las ideas toltecas recibieron el nombre tōltēcayōtl 'toltequidad' y se componían de fórmulas religiosas, artísticas y científicas que reflejaban la cosmovisión mesoamericana].

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 En fin, los llamados ‘acuerdos toltecas’ divulgados en su día por Don Miguel Ruiz (ver aquí su página Web con lo que parece un lucrativo y pintoresco negocio familiar a base de libros, cartas, sesiones de coaching, charlas y merchandising variado) son los siguientes:

1.    Sé impecable con tus palabras. Las palabras importan y son poderosas. Suele decirse que “hiere más una palabra que una espada”, se necesita saber usarla y comprenderla, hacerlo de forma asertiva y no usarla para herir. El politólogo Giovanni Sartori afirmaba: «Las palabras son nuestras gafas. Equivocar la palabra es equivocar la cosa». La precisión y el cuidado en la elección de nuestras palabras y expresiones nos lleva directamente a un estado de equilibrio y conformidad plena. Ello contribuye a frenar en el mundo la rueda del odio si, pese a todo, tratamos a las personas con respeto y consideración. Como dijo Shakespeare, “hay palabras que son puñales”, basta con asomarse a las redes sociales, pero también hay palabras que inspiran, acercan, animan y sanan. La palabra es sagrada y hay que aprender a usarla con unción y a callar cuando las palabras pueden lastimar a otros y contaminar un ambiente.

Entiendo que la idea también se refiere a ser respetuosos con la palabra dada y con los compromisos adquiridos, siendo coherente con lo que piensas y lo que haces.

2.    No te tomes nada personalmente. El mundo entero puede hablar sobre nosotros, pero si no lo tomamos como algo personal, seremos inmunes. Ignorando el juicio de los otros conseguiremos no dejarnos manipular y continuar libres. En el fondo, cada uno sabe bien quién es y cómo es en realidad, y nadie debe modificar esta percepción que cada uno tenemos de nosotros mismos, lo que supone directamente evitar enfados, estrés, dolor y cualquier otra sensación negativa para nosotros. Aquello que los otros dicen y hacen, las opiniones que manifiestan, todo sigue los acuerdos que ellos han adoptado consigo mismos y no con nosotros.

Cultivar esta actitud evita conflictos innecesarios y el hecho de sentirse ofendidos, con lo que no tendremos necesidad de defender nuestras convicciones. De este modo no haremos más grande alguna incómoda situación que en realidad es realmente pequeña.

3.    No hagas suposiciones. No prejuzgues. Tendemos a hacer suposiciones y juicios de valor sobre (casi) todo. Damos muchas cosas por sentado y creemos que lo que (pre)suponemos es cierto. Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o piensan nos lo tomamos personalmentey después, los culpamos y reaccionamos mal con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual siempre que hacemos (pre)suposiciones, se suceden problemas. Hacemos una suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo tomamos personalmente y acabamos haciendo un gran drama de nada.

Siempre es un grave error suponer que los demás saben lo que pensamos, que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros y que no es necesario decir lo que queremos de una manera asertiva. Harán lo que queremos porque nos conocen muy bien. Si no lo hacen, si no hacen lo que creemos que deberían hacer, nos sentimos heridos y pensamos: «¿Cómo ha podido hacer eso? Debería haberlo sabido». Suponemos que la otra persona sabe lo que queremos. Creamos un drama completo al hacer esta suposición y después añadimos otras más.

4.    Haz siempre lo máximo que puedas. Da siempre lo mejor de ti mismo(a). Limítate a hacer lo máximo que puedas en cualquier circunstancia de tu vida. Estés enfermo(a) o cansado(a), si siempre haces lo máximo que puedas, no te juzgarás a ti mismo(a) en modo alguno, no te harás reproches, ni te culparás o castigarás en absoluto. Si haces siempre lo máximo que puedas, nunca te recriminarás ni te arrepentirás de nada.

Busca la excelencia sin dejar de ser humilde. Dar lo mejor siempre te saca adelante y te permite convertir en posibles muchos imposibles. Mientras los pesimistas se quejan, los optimistas mejoran el mundo. Mientras algunos(as) buscan excusas para no hacer algo, las personas excelentes ya lo han hecho.

       Citas latinas en el techo de la torre de Montaigne

5.   Sé escéptico, pero aprende a escuchar. En un libro posterior (El quinto acuerdo), Miguel Ruiz, junto a su hijo José Ruiz, desarrolló este otro acuerdo. Se trata de usar el poder de la duda para discernir la verdad, para tomar la suficiente distancia, no creerse todos los mensajes y hacer desaparecer las mentiras, respetando las historias que los demás eligen contarse (y contarnos). De alguna manera todo el mundo construye su historia y dice mentiras, y por ello es importante escuchar sin juzgar, buscando sinceramente comprender al otro(a) en su propia historia.

Acabemos. Siempre es oportuno recordar que conviene no distraerse y estar muy atentos(as) a posibles martingalas e imposturas… puesto que la duda es el motor del conocimiento. El propio Michel de Montaigne ejemplo de escepticismo avant la lettre hizo grabar en su torre la siguiente sentencia: Solum certum nihil esse certi, et homine nihil miserius aut superbius. (No hay nada cierto más que la incertidumbre, y nada más miserable y más soberbio que el hombre.)

Pues eso.

domingo, 25 de julio de 2021

Poesía en tiempos de pandemia

    Laundry at Library of Congress. Washington c.1920.Foto: Shorpy

He aquí un hermoso poema de Joan Margarit incluido en su libro Aguafuertes, de 1995: 


La educación sentimental

«Solía repetirme con su viejo desprecio:
los poemas no sirven para nada.
Me quería instruir en un infierno
donde bajar la guardia es perder la partida,
donde sólo el dinero nos protege
del frío de la edad. Pero en cambio ignoraba
que lo que nos protege es el poema,
que se debe buscar la poesía
por hospitales y juzgados
.
Que más tarde también hablará de la amada.
Hay poesía incluso en las personas
que detestan vivir, como mi padre.
Y tenía razón en su argumento:
a nadie le sirvió, jamás la que él leía.»


Emoción y ciencias exactas, como bien explicaba Javier Rodríguez Marcos en una columna publicada en 2019.

«…Se debe buscar la poesía por hospitales y juzgados», afirmaba en un par de versos el que fuera Premio Cervantes de 2019. Algunos (sin duda de esos que aún se preguntan para qué sirve la poesía) tal vez se extrañarían al leer (es un decir) esas palabras sobre la perenne omnipresencia de la poesía. Son los mismos a los que Jorge Luis Borges (el gran bardo ciego) respondió: «¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café? La poesía sirve para el placer, para la emoción, para vivir.»

Sin embargo, hay pruebas irrefutables de que la poesía es ubicua, de que –como bien apuntaba Joan Margarit- se encuentra precisamente en los dispositivos y artificios de la biopolítica, (Foucault dixit), que son los juzgados y los hospitales, lugares inhóspitos y duros, auténticos templos del dolor humano aunque con demasiada frecuencia deshumanizados:

El pasado mes de marzo el poemario Servicio de lavandería de la poeta Begoña M. Rueda, (que se gana la vida trabajando precisamente en la lavandería de un hospital del sur), fue galardonado con el prestigioso premio Hiperión de poesía en su XXXVI edición:

«Se trata de un libro cohesionado, crítico, lírico sin excesos, poderosamente plástico, con marcados contrastes y finales rotundos. Renunciando al adorno y al artificio, construye una poética humana de la enfermedad y sus secuelas en general y de la pandemia en particular, focalizada en unas coordenadas subjetivas inéditas, intrahistóricas: la de los y las protagonistas anónimos de la Historia desde un lugar invisible: el personal que se encarga de limpiar la ropa en los hospitales.»

(Del acta del jurado)

La prensa más generalista se ha hecho eco recientemente del galardón, lo que le ha dado una enorme visibilidad y publicidad (he tenido ocasión de comprobar que el libro estaba prácticamente agotado, lo que no deja de ser llamativo para un libro de poesía, obligándome a recorrer varias librerías para poder conseguir un ejemplar del mismo):

La poeta que vivió la pandemia en la lavandería de un hospital y lo contó con versos 

La lavandera de hospital que ha ganado casi todos los premios de poesía 

Escrito como las páginas de un diario, la autora explica la sorpresa y la extrañeza que provoca, tanto en quienes leen sus poemas (al saber de su ocupación), como de sus propios compañeros y compañeras de su lugar de trabajo, cuando conocen sus gustos e ‘inquietudes’ literarias:

                                                                                     A 18 de mayo de 2019

 

«El día de la presentación de mi libro

hay quien se acerca a preguntarme

a qué me dedico, si soy profesora.

No es la primera ni la última vez

que a la gente le sorprende

que trabaje en una lavandería,

como si por ello

me convirtiera en peor poeta.

Creía que eras

una mujer con aspiraciones,

es lo más delicado que me responde

una chica en la presentación de mi libro,

me ha mirado tan por encima del hombro

que ha debido de hacerse

daño en las cervicales.»


A 20 de mayo de 2019

 

«Una mañana en la lavandería

Uno de los compañeros se asombra

De que haya publicado algún que otro poemario.

¿Entonces qué haces aquí? Este no es tu sitio,

Me espeta con desprecio,

como si tener inquietudes literarias

me impidiera desempeñar

mi trabajo de manera adecuada, como si

la poesía atrofiara las manos

para planchar y doblar sábanas, me pregunto

por qué molesta tanto y a tanta gente,

que escriba, al final voy a tener

que pensar que estoy

haciendo lo correcto.»

Y sin embargo, Begoña Rueda es una gran poeta que ha escrito y publicado con anterioridad otros seis libros, todos ellos premiados en diferentes certámenes: Princesa Leia (La Isla de Siltolá, 2016), Siberia es un estado de ánimo (Ediciones en Huida, 2017), Reencarnación (Ediciones Complutenses, 2019), Error 404 (Visor, 2020), Todo lo que te perdiste por meterte a monja (Difácil, 2020), y Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa (Aula de Poesía de la Universidad de Murcia, 2020).

Por alguna extraña razón he asociado esta poesía del precariado actual, que persigue y busca la sensibilidad en la inmediatez de una actividad cotidiana, gris, dura y sin concesiones de Begoña M. Rueda, con alguno de los poemas obreristas de la clase trabajadora de Vladimir Mayakovski, leídos en los lejanos años universitarios, en el que reprochan al poeta que se dedique a hacer versos:


El poeta obrero 

 

«Gritan al poeta:

“quisiéramos verte al torno.

¿Los versos?

¡Bobadas!

Eso es para no dar el callo”.

Tal vez

para nosotros

el trabajo

es la tarea más afín.

Yo también soy fábrica,

aunque sin chimeneas,

pero quizá

sin ellas

se pasa peor.

Sé–

odiáis la palabrería.

Talar el alcornoque es vuestro quehacer.

¿Y nosotros?

¿No somos ebanistas’

Transformamos el alcornoque de las cabezas humanas.

Sin duda,

pescar es cosa distinguida.

Sacar la red

y en ellas el pescado.

Pero el trabajo del poeta es más delicado:

pesca a gentes, que no a peces.

Enorme trabajo arder ante el horno,

el rojo hierro templar.

¿pero quién

nos tilda de holgazanes?

Con la lima de la lengua desbastamos los cerebros.

¿quién es mas—  poeta

o el perito

que al hombre el bien material?

Iguales.

El corazón es otro motor.

El alma es otro ingenio.

Somos parejos.

Compañeros, dentro de la masa obreras.

Proletarios de cuerpo o alma.

Sólo juntos

hermosearemos el mundo

y lo impulsaremos con himnos.

Pondremos un dique a los chorros verbales,

¡A la obra!

El trabajo es vivo y nuevo.

Y los oradores ociosos—

¡Al molino!

¡Con los molineros!

A girar las muelas con el torrente de las palabras.»

                                                                                        (1918)

En fin, corran a comprar Servicio de lavandería, una mirada (muy) necesaria, un ejemplo de sencillez, de serena y orgullosa dignidad por el trabajo manual desempeñado, el trabajo bien hecho que denuncia esa precariedad y el olvido que sentía la autora a las ocho de la tarde cuando en los inicios de la pandemia la gente aplaudía "la labor de los médicos y de los enfermeros / pero pocos son los que aplauden / la labor de la mujer que barre y friega el hospital / o la de las que lavamos la ropa de los contagiados".

Mientras consiguen su ejemplar aquí pueden encontrar 5 poemas de «Servicio de lavandería»        

    

sábado, 26 de junio de 2021

Vulnerant Omnes Ultima Necat

       Cuadrante de sol en Lucca (Italia). Foto: Lucio Maria Morra.

«En estos ámbitos, todo orden no es sino un estado de inestabilidad sobre el abismo.»

Walter Benjamin

«La ética no es estática; avanza mientras la vida avanza… La verdadera prueba de nuestra moralidad no está en la rigidez con la que cumplimos lo correcto, sino en la lealtad hacia la vida que crea y construye lo correcto.»

Mary Parker Follet

«Cada época tiene sus retos, a los que hace frente como puede. Según parece la nuestra tiene el singular destino, sin embargo, de encontrarse ante retos de magnitud y gravedad insólitas, como corresponde, tal vez, a su gigantismo y al proceso mismo de mundialización de horizontes, perspectivas y conflictos con el que como tal época se confunde.»

 Jacobo Muñoz

«El médico debe recordar que él mismo no está exento de la suerte común, sino que está sujeto a las mismas leyes de mortalidad y de enfermedad que los demás, y se ocupará de los enfermos con más diligencia y cariño si recuerda que él mismo es su sufriente compañero.»

Thomas Sydenham

«Solo yo entiendo lo lejos que está el cielo de nosotros; pero conozco cómo acortar las veredas. Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando Él lo disponga. O si tú quieres, forzarlo a disponer antes de tiempo.»

Juan Rulfo

Paradójicamente, en esta época de incertidumbre, la fragilidad y el deterioro de cuanto nos rodea y nuestra propia vulnerabilidad son las únicas certezas de las que podemos estar realmente seguros: vulnerant omnes ultima necat, todas hieren, la última mata, decía el adagio latino que se colocaba en los cuadrantes solares y en los relojes de algunas iglesias. La vulnerabilidad supone que somos seres afectables, heribles y sensibles.

Mientras escribo estas líneas, España se convierte en el séptimo país del mundo en el que entra en vigor una ley que regula la eutanasia, el cuarto en Europa. El resto son Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Colombia y Nueva Zelanda, cuya ley está previsto que entre en vigor en noviembre. Otro grupo de países –Suiza, varios estados en Estados Unidos y dos estados de Australia– permiten el suicidio asistido, es decir, que una persona termine con su vida con la asistencia de un médico, que le proporciona los medios necesarios. En la eutanasia es el médico el que realiza la acción, poniendo fin a la vida de una persona a petición de esta. La ley española contempla ambos supuestos.

Como era de prever, a pesar del amplio respaldo popular a la ley según todas las encuestas y estudios de opinión existentes, y siendo aprobada en el Congreso por una amplia mayoría de 202 votos a favor frente a 141 en contra, (solo PP y Vox han sido las dos fuerzas políticas que se han opuesto a la norma, anunciando hasta un recurso de inconstitucionalidad), se han dejado oír algunas voces de los sectores más conservadores y retardatarios de la sociedad. Pero contra hechos no valen razones, y a pesar del ruido mediático de la jauría (dicho sea sin acritud, por aquello del apócrifo «ladran Sancho, señal de que cabalgamos») desde algunos foros y púlpitos diversos, el barómetro del CIS de enero de 2021 señalaba que un total del 72,3% de las personas encuestadas manifestaban estar totalmente de acuerdo o de acuerdo con la eutanasia.

Hace algo más de un año, antes de la aprobación de la ley, cuatro presidentes de otros tantos Colegios de Médicos firmaban una tribuna de opinión en el diario El País, en la que explicaban los resultados de la Encuesta sobre la eutanasia auspiciada por el Colegio de Médicos de Bizkaia (ver aquí) y secundada por los de Las Palmas (ver aquí), Madrid (ver aquí) y Tarragona (ver aquí), mostrando que la mayoría de los médicos está a favor de la regulación de la eutanasia si se respeta su objeción de conciencia, siendo minoría los que piensan ejercerla. Hay que recordar que, aunque el Código Deontológico de los médicos españoles les prohíbe participar en prácticas eutanásicas, se encuentra en plena revisión (la última versión es de 2011) y ha despertado sensibilidades encontradas.

Iniciativas tales como Médicos por la Eutanasia (marzo, 2021) o el Manifiesto de Juristas por la Eutanasia (noviembre, 2020) promovidas e impulsadas desde la asociación Derecho a Morir Dignamente (dmd) han encontrado un amplio eco, demostrando que hay abundante evidencia de que el respaldo social y profesional a la despenalización de la eutanasia es mayoritario, de que los mejores cuidados paliativos no pueden evitar el sufrimiento constante e intolerable (sea este físico o psíquico) en todos los casos y de que la ayuda médica a morir se puede regular con suficientes garantías.

En general, el carácter y tipo de argumentos de quienes se oponen a la ley, pueden resumirse en cinco puntos:

1. Argumentos religiosos o confesionales. Teóricamente son los de mayor peso específico, pero no los que se manifiestan habitualmente. Sólo los líderes espirituales o religiosos exponen este argumento sin ambages. Sin embargo, en un Estado no confesional las creencias pertenecen al ámbito personal y no se pueden generalizar. Su oposición deriva de una idea: la vida tiene un valor absoluto porque la otorga un ser superior y sólo él la puede quitar...

2. Existencia previa de cuidados paliativos de excelencia. Este es uno de los (falsos) argumentos más frecuentes. Sus defensores proponen no regular la eutanasia hasta que toda la ciudadanía tenga acceso a unos cuidados paliativos de excelencia (como si los cuidados paliativos y la eutanasia fueran acciones competitivas). Con respecto a la ley han llegado a afirmar que es “empezar la casa por el tejado” (sic).

3. El respeto al juramento hipocrático. Hace unos 2.500 años, Hipócrates de Cos, considerado padre de la Medicina occidental, estableció (supuestamente) los principios de la ética médica. Sin embargo, en su adaptación al desarrollo social y científico, sus reglas han ido evolucionando y han sufrido modificaciones que se plasman a partir de la Declaración de Ginebra de 1948 de Asociación Médica Mundial, revisada después en otras fórmulas más actuales. La declaración inicial de Hipócrates establecía: “No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos…” Esta afirmación tan tajante se ha actualizado en versiones posteriores, que obligan tanto al respeto a la vida humana como a las decisiones personales. [Una de las más reconocidas y utilizada actualmente, sobre todo en países anglosajones, es la versión redactada en 1964 por el Dr. Louis Lasagna, Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts que, entre otras sentencias dice textualmente:

«Aplicaré todas las medidas necesarias para el beneficio del enfermo, buscando el equilibrio entre las trampas del sobretratamiento y del nihilismo terapéutico.»

«Recordaré que la medicina no sólo es ciencia, sino también arte, y que la calidez humana, la compasión y la comprensión pueden ser más valiosas que el bisturí del cirujano o el medicamento del químico.»]

4. Pacientes con fragilidad emocional. Otra de las discrepancias que se argumentan es que las personas que solicitan la prestación de la ayuda para morir son muy frágiles y pueden estar o sentirse coaccionados en su decisión. Pero no explican que las leyes al respecto (también la ley española) son muy garantistas. Las personas que lo requieran han de solicitar la eutanasia en más de una ocasión y tras un minucioso proceso deliberativo con su médico responsable; el proceso es revisado por otro médico ajeno (médico consultor) y una comisión institucional en cada comunidad autónoma (Comisión de Garantía y Evaluación). Con tales controles cabe pensar que la solicitud de eutanasia por coacción sería más que anecdótica.

5. La teoría de la pendiente resbaladiza. Con este razonamiento se quiere dar a entender que existe un peligro de banalización de la eutanasia. Es una ficción que, en lo alto de una pendiente de superficie engrasada, sitúa una acción bondadosa que, poco a poco, deriva en situaciones sutilmente diferentes hasta desembocar, al final de la pendiente, en una decisión execrable. Obviamente, esta teoría no deja de ser una falacia para incautos, que manipula dos teorías básicas de la argumentación: la argumentación por analogía y la argumentación metafórica, recogidas y establecidas en 2004 por Van Eemeren y Grootendorst en su obra A Systematic Theory of Argumentation. Como muestra de esta posible banalización, son típicos y recurrentes los ejemplos de casos de un hombre que solicitó la eutanasia porque no podía soportar su fealdad (!!) y el de una viuda que no superaba la pérdida de su esposo (más !!). Pretender comparar o poner en pie de igualdad estos casos frente a pacientes con enfermedades devastadoras son falsas analogías. Por tanto, se argumenta que, de forma preventiva, sería mejor no regular la eutanasia. Este lamentable paternalismo bienintencionado conlleva y demuestra una insoportable condescendencia y supone la evidente infantilización de una ciudadanía libre, adulta y responsable que, desde este perspectiva, parece que ha de estar permanentemente tutelada y sometida a los oportunos controles y a la fiscalización previa que impidan que la gente se desmande, no vaya a ser que…  

Por otro lado, los últimos datos publicados en otros países revelan algunas cuestiones interesantes: en 2019 se produjeron en Holanda 6.361 muertes por suicidio asistido (el 4,1% del total), mientras que en Canadá, donde la ley es más reciente, se practicaron 5.631 eutanasias (un 2%). En ambos países y Bélgica, la mayor parte de pacientes que lo solicitan son enfermos de cáncer incurable: del 64% de Bélgica y Holanda al 67% de Canadá. En este último le siguen las enfermedades respiratorias (10,8%), neurológicas (10,4%) y cardiovasculares (10,1%). A partir de las cifras de otros países, en los que suponen del 1% al 4% de todos los fallecimientos, la asociación dmd calcula que las solicitudes de eutanasia en España estarán alrededor de 4.200 casos al año.

Conviene citar aquí a algunos sedicentes responsables que, pese a todo, gozan en algunos ámbitos de cierto predicamento sobre estos temas. Cabe destacan sobre todo al Comité de Bioética de España, “órgano colegiado, independiente y de carácter consultivo, que desarrollará sus funciones, con plena transparencia, sobre materias relacionadas con las implicaciones éticas y sociales de la Biomedicina y Ciencias de la Salud", cuya labor de zapa y oposición a la ley a través de sus dictámenes e informes ha sido digna de encomio. (Algo tanto más reseñable cuanto que la mayor parte de sus miembros tienen finalizado su mandato en ese órgano).

Escudándose en una supuesta “mirada compasiva” hacia las personas que pudieran solicitar la prestación de la ayuda para morir, en octubre de 2020, motu proprio y sin solicitud previa, en pleno proceso de discusión y tramitación parlamentaria de la ley de regulación de la eutanasia, emitió un voluminoso informe de 74 páginas (!) con unas conclusiones que solo cabe calificar de claramente ideologizadas, tendenciosas, sectarias e interesadas. Baste aquí la transcripción de un par de párrafos de ese informe:

«…la eutanasia y/o auxilio al suicidio no son signos de progreso sino un retroceso de la civilización, ya que en un contexto en que el valor de la vida humana con frecuencia se condiciona a criterios de utilidad social, interés económico, responsabilidades familiares y cargas o gasto público, la legalización de la muerte temprana agregaría un nuevo conjunto de problemas.»

(…)

«Lo dicho, además, cobra aún más sentido tras los terribles acontecimientos que hemos vivido pocos meses atrás, cuando miles de nuestros mayores han fallecido en circunstancias muy alejadas de lo que no solo es una vida digna, sino también de una muerte mínimamente digna. Responder con la eutanasia a la “deuda” que nuestra sociedad ha contraído con nuestros mayores tras tales acontecimientos no parece el auténtico camino al que nos llama una ética del cuidado, de la responsabilidad y la reciprocidad y solidaridad intergeneracional.»

En fin, ¿a qué viene esa alusión a las personas mayores? ¿De dónde surge esa burda suposición y por qué se vincula la ley a este determinado grupo de edad?

Coinciden sin duda en este extremismo radical con las inicuas y odiosas declaraciones del actual Presidente del ICOMEM quien ha llegado a afirmar: «La pandemia hubiera sido “más grave” si la ley de eutanasia estuviera en vigor.» O más aún: «La nueva ley de eutanasia obliga a los médicos a matar a los pacientes Unas manifestaciones deleznables cuyo único reproche por parte del anterior Presidente de la Organización Médica Colegial fue decir que había sido solo un comentario desafortunado”. 

Afortunadamente, tal vez no todo esté perdido. Sobre el mismo asunto dejaremos constancia aquí de otras opiniones muy relevantes, igualmente autorizadas, aunque en las antípodas de las posiciones tan extremosas y fundamentalistas del Comité de Bioética de España. Véanse al respecto el Informe de posicionamiento ético y valorativo acerca de la posible despenalización y regulación de la eutanasia y el suicidio médicamente asistido, de la Comisión Sociosanitaria de Comités de Ética de Euskadi, emitido el 9 de diciembre de 2020.

El otro documento recoge las Reflexiones, consideraciones y propuestas de la Asociación de Bioética Fundamental y Clínica (ABFyC) en torno a la regulación de la ayuda médica para morir, elaborado en marzo de 2021, poco antes de la publicación de la ley 3/2021 de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia.

En estos días se terminan de constituir las Comisiones de Garantía y Evaluación previstas en el artículo 17 de la Ley (ver aquí la composición de la de Castilla-La Mancha, así como sus integrantes). 

Como bien señalaba hace dos días el comentario editorial del diario El País: «Para que  la ley inicie su recorrido sin sobresaltos es crucial desplegar una intensa labor de explicación y divulgación. (…) No hay que olvidar el previsible boicoteo de sectores vinculados a la Iglesia católica, cuya Conferencia Episcopal ya ha anunciado su intención de que los hospitales y residencias de ancianos bajo su autoridad puedan declararse “zonas libres de eutanasia(sic). Al respecto, muchas voces destacan la evidente contradicción y la hipocresía de estos conspicuos representantes de la jerarquía eclesiástica: hace ya muchos años que hubiera sido deseable la misma urgencia y celeridad para declarar y establecer también como “zonas libres de pederastia” muchos de sus centros.

miércoles, 2 de junio de 2021

Policlínica (de Einbahnstrasse)...

  Imagen de portada de la primera edición de Einbahnstrasse

 «La palabra conquista al pensamiento, pero la escritura lo domina.»

Walter Benjamin

Introducción

De alguien que afirmaba que: «El hombre se comunica en el lenguaje, no por el lenguaje», rescatamos (trascribimos) un fragmento de su obra Einbahnstrasse, [“Calle de dirección única” o de sentido único], publicada en 1928. Cuatro años antes de su publicación, su autor, el filósofo y ensayista alemán Walter Benjamin había conocido en Capri a la actriz y directora de teatro bolchevique de origen letón Asja Lacis. De ese encuentro surge este librito único y desconcertante, donde el sentimiento lírico se orienta por “calles” mentales a través de breves ensayos y aforismos deslumbrantes, como un collage surrealista, siendo la única obra literaria que apareció durante su vida. En el frontispicio puede leerse:

                                                   ESTA CALLE SE LLAMA

CALLE ASJA LACIS,

NOMBRE DE AQUELLA QUE

COMO INGENIERO

LA ABRIÓ EN EL AUTOR.

Construida como una sucesión de más de cien miniaturas literario-filosóficas breves, el propio Benjamin, crítico literario y de arte, traductor y escritor, denominó a estos textos como “imágenes mentales”. A modo de un recorrido sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y a las impresiones que le salen al paso por esa calle de sentido único, cada uno de estos fragmentos tiene numerosos y diferentes títulos intermedios y subtítulos que absorben parcialmente el lenguaje de folletos, carteles o letreros de la urbe contemporánea. Se ha definido esta actitud como la de un flâneur, una persona que pasea sin rumbo en la frenética metrópoli y observa distraídamente a la multitud que atraviesa.

La tipografía y el diseño de la primera edición de Einbahnstrasse muestra claras influencias de la Bauhaus y el constructivismo, considerados estilos modernos durante la República de Weimar.

En el fragmento seleccionado, (Policlínica), Walter Benjamin compara la actividad del escritor sentado en la mesa de un café, armado con sus utensilios de escritura, con la de un cirujano que, con su instrumental quirúrgico, separa, disecciona, cauteriza e injerta, en su caso, las palabras precisas, suturando cuidadosamente frases y oraciones, párrafos bien acentuados y velando por su correcta puntuación y sintaxis.

Policlínica

«El autor coloca la idea sobre la mesa de mármol del café. Larga reflexión: pues aprovecha el tiempo en que aún no tiene delante el vaso, esa lente con la cual examina al paciente. Luego saca poco a poco su instrumental: estilográfica, lápiz y pipa. La masa de clientes, dispuesta como en un anfiteatro, constituye el público de su hospital. El café, servido y degustado previsoramente, sumerge la idea en cloroformo. Aquello que tiene en mente tiene tan poco que ver con el asunto mismo como el sueño de una persona anestesiada con la intervención quirúrgica. En los cautelosos lineamientos de la letra manuscrita se practican incisiones: ya en el interior, el cirujano desplaza acentos, cauteriza las excrecencias verbales e intercala alguna palabra extranjera como una costilla de plata. Por último, la puntuación le cose todo con finas suturas y él remunera al camarero, su ayudante, en metálico.»

(A partir de “Dirección única”. Traducción de Juan J. del Solar y Mercedes Allendesalazar. Ed. Alfaguara, Madrid, 2002)

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Epílogo

“Calle de dirección única” es la obra de un filósofo con actitud de poeta...

Como es sabido, Walter Benjamin confió (ingenuamente) en la capacidad de las izquierdas europeas para mantener a raya la barbarie fascista. Se dio muerte en 1940, en la localidad fronteriza de Port Bou (Gerona), huyendo de Francia y temeroso de caer en manos de la Gestapo.

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