domingo, 26 de julio de 2020

Construir un avión en el aire (In ictu oculi)

                B-24 bomber assembly hall. (April 1943). Foto: SHORPY.

«Una misma realidad se transmite de diferente manera en funcion de los vocablos que la nombren. Podemos censurar al perseverante por su “obstinación” o alabarlo por su “tenacidad”. Solo el punto de vista distingue entre el oportuno y el oportunista, entre el halago y la adulación, entre la dulzura y el empalago, entre el generoso y el manirroto…» 
Alex Grijelmo

Seguramente una de las metáforas y expresiones más certeras, precisas y sugerentes para describir cómo se ha desarrollado (cómo se desarrolla aún, en gran medida), y cuál ha sido el trabajo llevado a cabo por miles de profesionales del SNS durante las (largas) semanas en que hemos tenido (tenemos) que hacer frente a los efectos de la pandemia de la COVID-19, sea precisamente la que da título a esta entrada: “construir un avión en el aire…”

La frase transmite una idea bastante aproximada de la gran complejidad, del esfuerzo y de la (enorme) dificultad de llevar a cabo y realizar una tarea dura, inédita, desconocida -en tanto en cuanto no existían experiencias anteriores semejantes-, sin contar con instrucciones, manuales o guías de ayuda a las que recurrir; sin planos, brújulas ni cartografías previas (si acaso, -por encontrar algún símil semejante- con algunos esquemas parecidos a esos antiguos mapas romanos y medievales en cuyos bordes aparecía dibujada la imagen de terribles monstruos con una leyenda de advertencia: hic sunt leones -para señalar las tierras inexploradas- o hic sunt dracones, para los océanos sin límites). Mapas que reflejaban el temor y la atracción de los territorios incógnitos, (que muy a menudo son mentales). Sin embargo, esta terrible situación ha venido a demostrar la enorme capacidad de improvisación (a pesar de las connotaciones negativas del término), innovación y aprendizaje del sistema sanitario y, fundamentalmente, de su capital humano, un enorme ejemplo de compromiso, altruismo y dedicación entusiasta en su desempeño.

El científico y periodista Javier Sampedro, empleaba ya esta frase en un artículo publicado el pasado mes de marzo (Arreglar un avión en pleno vuelo): «La forma atropellada en que los investigadores están forzados a responder a esta crisis es como tratar de arreglar un avión en pleno vuelo, o peor aún: ‘Como arreglar en pleno vuelo un avión del que todavía están dibujando los planos’ (sic)».

A esto mismo se refería Juan Fernando Muñoz, subdirector general de Tecnologías de la Información del Ministerio de Sanidad, durante la presentación de los resultados del estudio nacional de seroprevalencia del SARS-CoV-2 (ver aquí el artículo publicado en The Lancet con material complementario adicional), cuando manifestó: «Tuvimos que hacer el avión mientras volaba”, aludiendo a la dificultad (crónica) de contar con los medios, los recursos y la disponibilidad de perfiles profesionales adecuados para enfrentar este tipo de situaciones imprevistas…

En el año 2000 una prestigiosa y reconocida agencia estadounidense de publicidad realizó un videoclip con un extraordinario anuncio para la empresa de tecnologías de la información EDS, en el que hacían realidad la metáfora de construir un avión en el aire:


 [Por cierto, esta misma agencia, Fallon ganó también en ese mismo año el premio al mejor anuncio emitido durante la SuperBowl con otro brillante videoclip: Cats Herder que se convirtió en un icono en el mundo de la publicidad.]
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Hablando sobre alguna de sus obras, la novelista Margaret Atwood señalaba con perspicacia: “en determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”. En cierta forma, algo así es lo que nos ha ocurrido de una manera repentina, casi sin darnos cuenta, en un abrir y cerrar de ojos. 

A ello se refiere la locución latina In raptu, in transitu, in ictu oculi… (‘en un instante, en un abrir y cerrar de ojos’), que alude al modo abrupto en que la muerte llega para reclamarnos y cuyo origen puede rastrearse en el pasaje bíblico:


«Ocurrirá en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final, (…) los que hayan muerto resucitarán con cuerpos nuevos que jamás morirán; y los que estemos vivos seremos transformados» (I Corintios 15:52).

Una cita esta, [“In momento, in ictu oculi, in novissima tuba.”]  de la que hizo uso el poeta británico John Donne en su Sermón XVII para el día de Pascua (1624): «…que será encontrado vivo sobre la tierra, decimos que habrá una muerte súbita, y una resurrección repentina; In raptu, in transitu, in ictu oculi» con el que viene a recordarnos la fugacidad y lo efímero de nuestras vanas presunciones.


Enlaza esta idea con las obras del género artístico denominado vanitasque resalta la vacuidad de la vida y la relevancia de la muerte como fin de los placeres mundanos a través de representaciones que pretendían «ponderar la brevedad de la vida, la muerte cierta y que todo se acaba; pintar el riguroso trance de la muerte y que la mayor grandeza para en gusanos; alentarnos en la santa limosna, y ejercicios de la Caridad para conseguir buena muerte», en palabras de Miguel de Mañara, aristócrata sevillano que hacia 1672 encargó al pintor Juan Valdés Leal una serie de obras para la iglesia y el Hospital de la Caridad de Sevilla, curiosamente pocos años después de la epidemia de peste bubónica que asoló la ciudad en 1649. Destaca sobre todo el díptico denominado Jeroglíficos de las Postrimerías, conformado por dos inquietantes pinturas situadas bajo el coro: In ictu oculi y Finis gloriae mundi. Con intención moralizante, estas obras debían servir a modo de prevención, instando a quien las contemplaba a priorizar la salvación de su alma, evitando con ello la condenación eterna.

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 Hace unas semanas el periódico nos regalaba un brillante artículo (otro) de John Gray (¿Otro apocalipsis?en el que –por si no lo habíamos comprendido aún- viene a dejar claro que gran parte de nuestra forma de vida anterior a la crisis sanitaria provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 es ya irrecuperable. Nada volverá a ser como antes. Cambiarán muchas cosas, y cuanto antes lo entendamos y consigamos adaptarnos a esa “nueva normalidad” que conlleva este último apocalipsis, las consecuencias serán menos gravosas.

Llegué a los libros de John Gray gracias a un artículo (Descrédito de la profecía), de Antonio Muñoz Molina, que me descubrió a un autor fascinante cuya lectura resulta tan adictiva como desasosegante:

«Gray escribe de filosofía, de ciencia, de política internacional, pero la erudición histórica que sostiene sus argumentos tiene el filo cortante y visionario de la poesía. Su tema central son los variados espejismos de la modernidad y el progreso; el modo en que la superstición cristiana sobre el fin de los tiempos se transmutó desde finales del siglo XVIII en el sueño reiterado de una revolución que estableciera el paraíso terrenal, culminando la historia y aboliéndola; la funesta arrogancia humana de creer que el mundo fue creado para nuestro servicio y de que podemos controlar las consecuencias de nuestros actos y de nuestras invenciones tecnológicas.»

«…su mérito no está en ofrecer recetas sino en animarnos a ejercer la inteligencia en la vida práctica y a buscar formas decentes de vivir y de mejorar algo las cosas procurando no hacer daño con nuestro aturdimiento, teniendo una conciencia clara de nuestros límites.»


Muñoz Molina ha seguido recomendando fervientemente cada una de las obras posteriores de este controvertido, brillante (e indispensable) profesor de la London School of Economics, teórico y filósofo del pensamiento político.

En todo caso, a la luz de los acuerdos alcanzados por la UE hace apenas una semana, resulta sumamente instructivo leer este otro artículo suyo, aparecido originalmente en la revista New Statesman: Adiós globalización, empieza un mundo nuevo. O por qué esta crisis es un punto de inflexión en la historia, en el que afirma:

«Para salir del agujero vamos a necesitar más intervención estatal, no menos, y además muy creativa. Los Gobiernos tendrán que incrementar considerablemente su respaldo a la investigación científica y a la innovación tecnológica. Aunque es posible que el tamaño del Estado no aumente en todos los casos, su influencia será omnipresente y, de acuerdo con los criterios del viejo mundo, más intrusiva. El gobierno posliberal será la norma en el futuro próximo.»
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