miércoles, 1 de abril de 2020

Contra los heraldos negros

         Agentes de policía de Seattle durante la pandemia de gripe de 1918

«Por encima de las versiones de parte están los hechos. No debe confundirse imparcialidad con equidistancia, ni los hechos con sus versiones.»
Milagros Pérez Oliva

Día 18 del estado de alarma decretado por el Gobierno: transcurrido ya un primer plazo...

Siniestros arúspices y profetas del desastre –algunos disfrazados de hombres de ciencia- siguen pronosticando el apocalipsis y reclaman males sin cuento anunciados retrospectivamente. Pero hay razones para la esperanza: alguna voz autorizada denuncia la hipocresía y evidente politización de algunos especialistas, que utilizan manifiestos como supuesta vía de comunicación científica en el juego mediático de adhesiones partidistas.

Conviene pues, observar máxima prudencia, serenidad y comprensión para responder con eficacia y justicia a la gravedad de una pandemia sin precedentes, lo que obviamente requiere valores (honestidad, civismo, solidaridad), conocimiento (ciencias, humanidades) y acción (vid. Ciencia y política en tiempos de incertidumbre).


Frente al derrotismo que conduce al desánimo y a la desesperanza, frente al fatalismo destructor y paralizante que acaba en la desmoralización y el desánimo, cabe recordar las sabias palabras que Cervantes pone en boca del caballero de la Triste Figura:  

«Has de saber, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que pronto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.»

Don Quijote de La Mancha. I parte. Capítulo XVIII
(Edición de Andrés Trapiello, 2015)

Hace ya algunos años escuché a mi amigo Rafael Peñalver equiparar la teoría y práctica de la gestión sanitaria, como disciplina, con la ciencia de la Caballería Andante que explica también Don Quijote al hijo del Caballero del Verde Gabán:

«Es una ciencia que encierra en sí todas o la mayoría de las ciencias del mundo, ya que el que la profesa ha de ser jurisperito y saber las leyes de la justicia distributiva y conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; tiene que ser teólogo, para saber dar razón de la ley cristiana que profesa, clara e inequívocamente dondequiera que se le pida; tiene que ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en medio de los despoblados y desiertos las hierbas que tienen virtud de sanar las heridas; pues no puede andar el caballero andante buscando a todas horas quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas pasado de la noche y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso va a tener necesidad de ellas; y dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, descendiendo a otras menudencias, digo que tiene que saber nadar, como dicen que nadaba aquel Nicolás o Nicolao, todo un pez, que podía pasarse un mes en el agua; tiene que saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno, y, volviendo a lo de arriba, tiene que guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, generoso en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla. De todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante. Para que vea vuesa merced, señor don Lorenzo, si es ciencia de mocosos lo que aprende el caballero que la estudia y profesa, y si se puede igualar a las más estiradas que se enseñan en colegios y escuelas.»

 Don Quijote de La Mancha. II parte. Capítulo XVIII
(Edición de Andrés Trapiello, 2015)

En las actuales circunstancias, tal enumeración no deja de ser todo un reconocimiento a la versatilidad, a la resiliencia, al entusiasmo y al conjunto de saberes y habilidades prácticas semejantes que, junto a un imprescindible compromiso de miles de empleados/as, trabajadores/as y profesionales clínicos, deben conocer y poner en práctica en estos días muchos responsables y gestores sanitarios, muy a pesar de esa caterva de epidemiólogos aficionados que lo saben todo y arreglarían esto en dos patadas si les dejaran (al decir de nuestra admirada Almudena Grandes).

Porque, como señalaba hace unos días el citado artículo editorial de EL PAÍS:

(…) «Frente a estas fuerzas oscurantistas que la pandemia amenaza con liberar, al revelar de pronto que incluso las sociedades más fuertes están construidas sobre la fragilidad humana, el más firme baluarte recibido de la normalidad cívica que parece desdibujarse en el inmediato pasado es el Estado democrático. Un Estado que es democrático porque no consiste en un artefacto impersonal del que reclamar soluciones que nadie tiene, sino en un compromiso individual con unas instituciones a las que se reconoce la legitimidad para fijar la respuesta a la pandemia, para buscar y allegar los medios con los que detener sus efectos sanitarios y económicos, y para convocar a los ciudadanos de manera que cada acción diaria, así sea minúscula y elemental, no comprometa el objetivo común.»

Es una buena noticia saber que en muchos lugares ha vuelto la racionalidad en la toma de decisiones, y que por primera vez en mucho tiempo, se está imponiendo el regreso del conocimiento (Antonio Muñoz Molina dixitfrente a la celebración de la impostura y la ignorancia.

Finalmente, en términos del fracaso y del éxito, deberíamos combinar la exigencia y la autoexigencia con la prudente y generosa cautela de quien solo sabe que tampoco posee todas las respuestas. Y recordar que la receta del acierto, la eficacia, el éxito, es escapista, regatea, juega al escondite y se enmascara entre efectos secundarios perjudiciales e indeseados. Pero podemos optar por la decencia contra la indecencia. Por el respeto frente al brutalismo. Por los valores frente al salvajismo. (Xavier Vidal-Folch).

Seguimos trabajando...


Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma. ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son. Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Estos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre. Pobre. ¡Pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes. ¡Yo no sé!

César Vallejo (1917)

       Lina aislada. Marzo de 2020