miércoles, 10 de abril de 2019

Capital humano

«Ni todo está dicho, ni todo está por decir. Todo está dicho a medias.»
Eugenio D’Ors
«Los clientes no son lo primero. Lo primero son los empleados. Si cuidas de tus empleados, ellos cuidarán de tus clientes.»
Richard Branson

En general, el debate en torno a los y las profesionales de la salud (en lo referente a la planificación, formación, número, necesidades, demanda, cualificación, regulación, etc.) suele moverse en medio de excesivas simplificaciones que, en la mayoría de los casos, no se corresponden con la realidad. Como señala el conocido informe Right Jobs, Right Skills, Right Places, publicado en 2016 por la OCDE, los y las profesionales sanitarios/as constituyen la piedra angular de los sistemas de salud, desempeñando un papel central en la prestación de servicios y cuidados a la población y en la mejora de los resultados en salud. Los y las profesionales, empleados/as y trabajadores/as de las organizaciones sanitarias conforman y constituyen el capital humano, el principal activo y el corazón del sistema; son ellos/ellas quienes hacen posible la base cultural de unas organizaciones complejas, basadas en el conocimiento, que deben crecer mediante la innovación y el aprendizaje continuo.

El informe citado, con un título bastante significativo, (empleos, competencias y lugares adecuados), describe una serie de orientaciones estratégicas generales para el diseño y elaboración de políticas sobre personal sanitario, con el propósito de lograr el objetivo de tener el número y la combinación adecuada de personas proveedoras de atención sanitaria, con las competencias y aptitudes adecuadas, proporcionando servicios en los lugares adecuados, para responder mejor a las siempre cambiantes necesidades de salud de la población. Incide, además, en la necesidad de rediseñar los programas iniciales de educación y formación y el desarrollo profesional continuo.

En este sentido, a pesar del renovado interés por la responsabilidad en el autocuidado y el creciente papel de la e-health y la m-health, los trabajadores sanitarios siguen siendo –de forma abrumadora– quienes de forma directa prestan servicios de salud a la población. La demanda y el suministro de trabajadores/as sanitarios/as han aumentado con el tiempo en todos los países de la OCDE, y los puestos de trabajo en el sector sanitario y social representaban en 2014 a más del 10 por ciento del empleo total en la mayoría de los países de la OCDE.

Una gran parte de los debates sobre las cuestiones laborales y profesionales en los países de la OCDE se refieren con frecuencia –y desde hace tiempo- a la escasez de trabajadores/as sanitarios/as, (sobre todo profesionales de la medicina) con una persistente preocupación acerca de la futura jubilación de la generación de médicas/os y enfermeras del baby-boom, que podría exacerbar dicha escasez. Se trata de un problema al que nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS) no es ajeno pero, para situarlo en su justa medida, conviene señalar también que, a pesar de las reiteradas reclamaciones y noticias —con frecuencia alarmantes— en los medios de comunicación y en las discusiones públicas sobre la “escasez creciente”, lo cierto es que el número de médicos/as y enfermeras nunca ha sido mayor en los países de la OCDE. Obviamente, como ponen de manifiesto los numerosos estudios llevados a cabo, la situación viene en gran medida condicionada y determinada por el modelo sanitario existente en cada país, por la estructura y distribución de los y las profesionales y sus condiciones laborales, por las grandes transformaciones tecnológicas, con la incorporación de nuevos recursos diagnósticos y terapéuticos, y por la complejidad creciente y progresiva que se vienen produciendo en las ciencias de la salud y en la asistencia sanitaria.

Reconocer la existencia de una determinada realidad no implica en modo alguno aceptarla acríticamente y, menos aún, renunciar a modificarla en el sentido que consideremos adecuado. El estudio más reciente (referido a profesionales médicos/as y elaborado a instancias del Consejo Interterritorial del SNS) explica las dificultades existentes y describe algunas experiencias de planificación de recursos humanos para la salud en diferentes países. Entre sus conclusiones, las autoras señalan: «Es evidente que las condiciones de los trabajos que se ofertan están detrás de los déficit en algunas especialidades: plazas poco atractivas en lugares remotos o alejados de grandes núcleos poblacionales y contratos temporales precarios explicarían las causas del problema, que no se solucionaría aumentando números, sino yendo a la raíz de aquellas causas fundamentales. Queda en el aire el problema de que las CCAA tienen fuertes incentivos a dotar plazas MIR que garanticen una cierta reserva de profesionales a la que acudir en cualquier momento para cubrir puestos eventuales sin gran atractivo para los profesionales y con el casi único aliciente de acumular puntos de curriculum que se puedan rentabilizar más adelante.»

Son numerosos los retos planteados, pero más allá de cuestiones de número o cantidad, más o menos coyunturales, y por lo que se refiere fundamentalmente a la calidad y a la formación, importa sobre todo destacar que el sistema de formación sanitaria especializada (FSE) de nuestro país está suficientemente reconocido y valorado, y goza de un elevado prestigio y reputación. No obstante, transcurridos cuarenta años de la puesta en marcha del sistema, consideramos que es necesario llevar a cabo algunos ajustes que permitan su mejor adaptación y adecuación a las nuevas demandas y necesidades asistenciales. Y precisamente porque el modelo de FSE en el SNS ha sido un modelo de éxito, se impone, alcanzados los objetivos primordiales diseñados hace décadas, examinar con criterios profesionales y no ideológicos, en qué se puede mejorar. Para ello, es preciso actualizar muchos de los programas formativos de las diferentes especialidades, sobre todo teniendo en cuenta los cambios sociales y la realidad sociodemográfica actual, condicionada por el envejecimiento de la población, la pluripatología y la cronicidad. Al mismo tiempo, también debemos intentar ajustar la oferta de plazas de formación de especialistas en ciencias de la salud al número de egresados de las distintas facultades, siendo conscientes de la necesidad de mantener siempre la máxima cooperación, colaboración y diálogo con la Universidad y con las comunidades autónomas, que finalmente serán los empleadores de estos profesionales en los diferentes Servicios Regionales de Salud. En este sentido, es preciso también recuperar e incrementar la oferta docente, que se había visto reducida sustancialmente en los últimos años.


Obviamente no podemos quedarnos varados en una mera gestualidad reformista. Es (muy) importante saber escuchar (no solo oír), ver (no solo mirar), valorar y tener en cuenta la opinión informada de todos los agentes implicados, Administraciones Públicas, colectivos profesionales, corporaciones, sociedades científicas y otros grupos de interés del SNS. Ello debiera permitirnos poder contribuir a la sostenibilidad del mismo, recuperar derechos y prestaciones y mejorar la calidad de los servicios a la ciudadanía, trascendiendo en muchos casos debates miopes, interesados o cortoplacistas, centrados más en la inmediatez y el tacticismo que en las necesidades reales de pacientes y de la población en general.

Aunque vivimos tiempos (muy) complejos, difíciles e inciertos, quienes trabajamos en este ámbito tenemos la obligación de superar el pesimismo, la resignación y esa desafortunada y confusa combinación de abúlica pasividad, indolencia e improvisación irresponsable que, con demasiada frecuencia, hemos visto cómo han puesto en práctica algunos gobiernos. De aquí que tengamos que seguir empeñados en esa gran empresa ética de seguir construyendo y creando —al menos manteniendo— día a día, un sistema sanitario público más justo, más equitativo, más seguro, más eficiente, de mayor calidad y, en definitiva, más humano. Se trata de una (hermosa) tarea, conjunta y compartida, a la que todas y todos estamos convocados.
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