sábado, 30 de septiembre de 2017

Lecturas para la humanización (III)

 «En última instancia nadie puede escuchar en las cosas, incluidos los libros, más de lo que ya sabe. Se carece de oídos para escuchar aquello a que no se tiene acceso desde la vivencia. Imaginémonos el caso extremo de un libro que no hable más que de vivencias que, en su totalidad, se encuentran más allá de la posibilidad de una experiencia frecuente o, también, poco frecuente, de que sea el primer lenguaje para expresar una serie nueva de experiencias. En este caso sencillamente, no se oye nada, lo cual produce la ilusión acústica de creer que donde no se oye nada, no hay tampoco nada.»

Ecce Homo. Friedrich Nietzsche
Seguimos con algunas recomendaciones de lectura(s)…

Una muerte muy dulce (1964)
Simone de Beauvoir (1908-1986) 

Reconocido como uno de los libros autobiográficos más importantes de la autora por su técnica apegada a la literalidad al presentar la enfermedad y muerte de su madre como una experiencia verídica cargada de momentos que sorprenden por su crudeza.

A través de una visión retrospectiva y reflexiva de sus últimas semanas de vida, De Beauvoir hace una crónica del deterioro progresivo a medida que la paciente está siendo consumida por el cáncer, incorporando a modo de flashbacks de episodios clave de su relación con la madre y con el resto de la familia. A medida que la enfermedad avanza, podemos visualizar algunos de los problemas más habituales en las relaciones profesional-paciente, enfermera-paciente y madre-hija. Desde su experiencia de primera mano, la narradora construye imágenes muy duras y realistas de su estancia en el hospital:

«No se muere de haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez. Se muere de algo. Saber que mi madre por su edad estaba condenada a un fin próximo no atenuó la horrible sorpresa: tenía un sarcoma. Un cáncer, una embolia, una congestión pulmonar: es algo tan brutal e imprevisto como un motor que se detiene en el aire. Mi madre alentaba al optimismo cuando impedida y moribunda afirmaba el precio infinito de cada instante; asimismo, su vano encarnizamiento desgarraba el velo tranquilizador de la superficialidad cotidiana. No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que «su sola presencia cuestiona al mundo. Todos los hombres son mortales: pero para todos los hombres la muerte es un accidente y, aun si la conoce y la acepta, es una violencia indebida.»

El hospital de la transfiguración (1956)

Conocido sobre todo como autor de ciencia-ficción, Stanislaw Lem nació en Lvov (hoy Ucrania, aunque hasta 1939 formó parte de Polonia). Pasó los años de la ocupación alemana en su ciudad natal, donde inicia los estudios de Medicina siguiendo los pasos de su padre, un prominente otorrinolaringólogo de la ciudad. En 1944, cuando el ejército soviético ocupó Lvov, abandonó la universidad trasladándose a Cracovia, donde retomaría su carrera, que abandonaría definitivamente en 1948 debido a las discrepancias con las ideas científico-biológicas imperantes de Trofim Lysenko, y el dogma oficial acerca de la supuesta herederabilidad de los rasgos adquiridos.

El hospital de la transfiguración, es la primera novela de Stanislaw Lem. Aunque escrita en 1948 bajo la férrea censura comunista soviética instalada en el bloque oriental europeo tras la derrota del nazismo, no fue publicada hasta el año 1956, y después de haber sufrido varias reescrituras. Como explica el propio autor: 

«Cada varias semanas iba en tren nocturno a Varsovia, en el asiento en la clase más barata -en aquella época era pobre- a las interminables conferencias en la editorial "Książka i Wiedza", donde machacaban mi Hospital de la Transfiguración con ideas y preguntas, donde adquiría todo tipo de crítica interna que revelaba su carácter decadente y contrarrevolucionario. Eran toneladas de papel y un montón de tiempo perdido. Pero cuando uno tiene veinte años y una disposición serena, puede aguantar bastante.»

«Me explicaban que había que cambiar algo, añadir, cortar, etc. Me seguían dando esperanzas, de modo que la iba reescribiendo, modificando continuamente. Tengo que decir que aunque poseo esta propiedad rara de escribir en innumerables variantes, nadie nunca me ha llevado a un estado comparable con lo que consiguieron estos señores y señoras en aquel tiempo. Pensando que el libro todavía se podía salvar, lo reescribí infinitamente, hasta que sacaron de mí algo que no tenía la menor intención de escribir. Por supuesto, esto no surtió efecto alguno, porque el libro al final salió gracias al Octubre (de 1956).»

 Ambientada en los primeros tiempos de la ocupación alemana de Polonia, la obra narra las experiencias de un joven médico que acepta un empleo en un hospital psiquiátrico perdido en medio de un bosque, en pleno inicio de la Segunda Guerra Mundial. Sus reflexiones sobre el estado de sus pacientes se entrelazan con las que hace sobre el carácter, las manías y las obsesiones de sus colegas, que a veces parecen más enfermos que los propios internos.

Combina unas descripciones llenas de sencillez y belleza con el retrato más descarnado del horror y la brutalidad del hospital:

«-Verás, la terapia no es nada del otro mundo: hasta los cuarenta, los locos padecen ‘dementia praecox’: baños fríos, bromuro y escopolamina. Pasados los cuarenta. Padecen ‘dementia senilis’: escopolamina, bromuro y duchas frías. Y electroshocks para todos, por supuesto. Y a eso se limita toda la psiquiatría…» 

Una crítica de la novela del escritor Francisco Casavella aquí.
Y otra buena recensión de José Luis Peset, en la revista Asclepio, aquí.

Ebrio de enfermedad (1991)

Con un prólogo de Oliver Sacksque elogia la entereza, inteligencia y calidad literaria con que Anatole Broyard, crítico y editor del New York Times Book Review, afrontó y enfrentó sus 14 meses de enfermedad (un cáncer de próstata) hasta su fallecimiento en octubre de 1990. Destaca la [dura y fría] profundidad de su análisis y la sensibilidad de una persona frente al horizonte inminente de la muerte:

«Broyard habla –como ya hiciera Auden en sus últimos poemas– de la clase de médico que desea tener, con quien hablar, y con el cual estar, cuando lo ha abatido el Destino y se le echan encima sus últimos días. Lo que menos desea es un médico que sea insulso, que no parezca «no ser suficientemente intenso ni voluntarioso para imponerse a algo poderoso y demoníaco, como es la enfermedad». Lo que busca en un médico es «alguien que sepa leer a fondo la enfermedad y que sea un buen crítico de la medicina… que no sólo fuese un médico de talento, sino que fuese por añadidura un poco metafísico… [uno que sea] capaz de ir más allá de la ciencia y llegar a la persona… capaz de imaginar la soledad en que viven los enfermos críticos. Quiero que sea él mi Virgilio, que me guíe por mi purgatorio o mi infierno, señalando todo lo que haya que ver por el camino».

Un auténtico puñetazo en el rostro, una mirada de frente al cáncer y a la muerte…

Un hombre afortunado (1967)

«Los paisajes pueden ser engañosos. A veces da la impresión de que no fueran el escenario en el que transcurre la vida de sus pobladores, sino un telón detrás del cual tienen lugar sus afanes, sus logros y los accidentes que sufren.»

Salpicado con citas de Gramsci, Conrad, Piaget o Sartre, que acompañan a unas hermosas fotos de Jean Mohr, mezcla de periodismo, ensayo y poesía, y escrito con una prosa exquisita, John Berger narra en este libro varias historias del trabajo de John Sassall, un médico inglés que ejercía su profesión en una comunidad rural. Publicado por primera vez hace cincuenta años, sigue siendo un relato de absoluta vigencia, una lúcida y brillante reflexión sobre el valor que le asignamos a la vida humana, sobre cuál es el verdadero rostro de la medicina y sobre el papel que desempeñan quienes la ejercen, advirtiendo también frente a los riesgos del desencanto profesional:

«…me atrevería a sugerir que una de las razones fundamentales de que tantos médicos terminen decepcionándose con la profesión y convirtiéndose en unos cínicos es precisamente que, pasado el primer momento de idealismo abstracto, no están seguros del valor de las vidas reales de los pacientes que tratan. No se trata de que sean insensibles o inhumanos personalmente: se debe a que la sociedad en la que viven y aceptan es incapaz de saber cuánto vale una vida humana.»

A este respecto Berger concluye:

«...no afirmo saber cuánto vale la vida de una persona: no se puede responder con palabras a esta cuestión, sino solo con obras, con la creación de una sociedad más humana.»

Como recordaba Vicente Baos @vbaos una obra “…de obligada lectura para todos los médicos jóvenes que empiezan su andadura laboral, y sobre todo a los médicos de familia…”

Una buena reseña aquí.
(Continuará…)

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Lecturas para la humanización (II)


“Instalados en un vértigo tecnológico que apunta a la inmortalidad como el próximo reto cuando todavía la instalación de fibra telefónica es una chapuza de cables, taladros y postes torcidos en las esquinas de las calles, parecemos imbuidos de una seguridad en nosotros mismos que solo se apabulla cuando llega puntual la enfermedad terminal y la pompa fúnebre, a la que por más rimbombancia que le damos no nos acaba de gustar del todo protagonizar.”
Otoño. David Trueba
“Cuentan que un día Richard Blackmore, poeta inglés del siglo XVII, cirujano y médico de cámara de Guillermo III, pidió consejo a su famoso colega Sydenham, conocido como el  Hipócrates inglés, sobre qué libro debería leer para aumentar sus conocimientos profesionales, a lo que Sydenham respondió sin vacilación: “Leed el Quijote”.
Alejandro Zambrano Ferre

La literatura debería ser cada vez más importante como herramienta metodológica y de análisis dentro de la enseñanza de las humanidades médicas y de la medicina misma, al tiempo que permitiría, además, disfrutar del placer intangible de la emoción estética de la literatura que subyace a este tipo de experiencia. Tratándose de un arte que enriquece muchas facetas de la experiencia humana, la literatura no podrá nunca reducirse a una mera herramienta de análisis: la palabra escrita tiene un poder inherente inexplicable, tanto como la palabra hablada puede tenerlo en la relación entre profesionales sanitarios y pacientes.

Algunas sugerencias personales

Por recomendación expresa de mis profesores del COU -que sabían que iniciaría mis estudios de Medicina en el siguiente curso académico- a lo largo de muchas tardes de un ya lejano periodo estival leí algunos de los títulos citados por Joseantonio Trujillo en el listado de su Programa Humanitas del que hablábamos en la entrada anterior: Junto a la excelente “Introducción a la Medicina” del profesor José María López Piñero, Cuerpos y almas,  La ciudadela o La peste me acompañaron y ocuparon aquellas tardes veraniegas…
  
Además de los libros referidos y ya mencionados, clásicos como Chéjov, Tolstoi, Zweig, Dickens o Stendhal formarían parte indispensable de ese equipaje de recomendaciones que incluiríamos en un programa de lecturas no académicas para la formación de profesionales sanitarios.

Con este mismo propósito, en una entrada de su recomendable blog Medicina y Melodía, José Manuel Brea Feijóo @xoselbrea realizaba una amplia enumeración de obras, títulos y autores  relacionados con el mundo de la medicina.

Por nuestra parte iremos incorporando aquí una muestra de algunas obras recomendables (y a mi juicio necesarias) para un hipotético curso de Literatura y Medicina, (o bien Medicina y Literatura) que, enmarcado en el ámbito de las humanidades médicas, podría contribuir a una (mejor) educación integral en valores de quienes diariamente se encuentran ante personas sujetas a la vulnerabilidad provocada por la enfermedad, el dolor y la muerte.     

En este sentido, tal vez merezca la pena señalar que hace apenas una semana, en el transcurso de una Jornada sobre medicina centrada en el paciente, patrocinada por la Fundación Lilly, los participantes en la misma reclamaban “un mayor humanismo en la formación de los facultativos”, (no obstante yo diría en la formación de cualquier profesional sanitario).
He aquí nuestra propuesta, que incluye desde obras de ficción a ensayos, libros de memorias o narraciones más o menos conocidas:

 La enfermedad y sus metáforas (1978)

«La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía: la del reino de los sanos, y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.»

Escrito hace ya cuarenta años, -a partir de su propia experiencia con el cáncer de mama- este brillante ensayo sobre las imágenes metafóricas de la enfermedad aplicadas a determinadas dolencias fuertemente estigmatizadas y estigmatizantes, (tuberculosis, cáncer…) y el uso que la sociedad hace de ellas, sigue conservando toda su fuerza explicativa. En este sentido, la metáfora no es solo una figura retórica sino también, y sobre todo, un mecanismo epistemológico significativo mediante el cual comprendemos el mundo: «Illness as metaphor». (En 1988, diez años después de su publicación, la escritora norteamericana consideraría necesario actualizar sus reflexiones a la vista de la imparable diseminación de un padecimiento relativamente nuevo, primero denominado “cáncer rosa”, y más tarde AIDS, las siglas de lo que ya se identificaba como síndrome de inmunodeficiencia adquirida).

«La imaginería patológica sirve para expresar una preocupación por el orden social, dando por sentado que todos sabemos en qué consiste el estado de salud.»

La enfermedad no se reduce exclusivamente a un proceso orgánico, sino que es un fenómeno complejo preñado de significados sociales y con una carga determinante de la dimensión simbólica en cuanto a la relación y la vivencia que los individuos tienen de los procesos mórbidos.

Un texto indispensable y de obligada lectura, estructurado sobre dos pilares, la crítica al paternalismo médico y la resistencia a la ignorancia. Una buena reseña aquí.

El anzuelo del diablo (2014)
Sobre la empatía y el dolor de los otros

Publicado en 2014, este magnífico libro de la periodista Leslie Jamison reúne una serie de ensayos cuyo nexo común es la experiencia del dolor vivida por uno mismo y observada en los demás, lo que conduce al tema nuclear de la empatía como comprensión afectiva de las emociones y sentimientos de otra(s) persona(s): 
«La empatía no consiste sólo en acordarse de decir debe de ser muy duro, sino también en buscar la forma de sacar los problemas a la luz para que no pasen desapercibidos. La empatía no consiste sólo en escuchar, sino en formular las preguntas cuyas respuestas deben ser escuchadas. La empatía requiere indagación e imaginación a partes iguales. La empatía requiere saber que no se sabe nada. La empatía equivale a reconocer un horizonte contextual que se extiende perpetuamente más allá de lo que uno alcanza a ver.» (...) 
«La empatía equivale a percatarse de que ningún trauma posee contornos discretos. El trauma sangra. Por las heridas y más allá de las fronteras.» 
Una (otra más) obra necesaria... de la misma estirpe de Susan Sontag.

Doctor Arrowsmith (1925)
“…una novela sobre medicina escrita cuando la medicina todavía se ocupaba de las infecciones tradicionales, la contención de las grandes epidemias y el desarrollo de antibióticos y vacunas. Sinclair Lewis, hijo y nieto de galenos, tenía una gran cantidad de conocimientos médicos: como él mismo reconoció, en su adolescencia tuvo acceso a los casi cuatrocientos volúmenes de medicina de la biblioteca de su padre; además, contó con el asesoramiento del bacteriólogo Paul de Kruif, a quien posteriormente dedicaría su obra.” (De una reseña aparecida en El Imparcial).

Considerada como una de las primeras grandes novelas norteamericanas (por la que su autor recibió en 1926 el Premio Pulitzer -que rechazaría- cuatro años antes de que se convirtiera en el primer escritor norteamericano en obtener el Nobel, antes de Faulkner, Steinbeck, y Hemingway), Doctor Arrowsmith es una obra maestra, uno de los primeros eslabones de la gran cadena narrativa norteamericana.
Es probablemente la primera obra de ficción protagonizada por un científico del ámbito de la Biomedicina. La novela, que fue luego llevada al cine por John Ford en 1931, narra las aventuras y desventuras del médico Martin Arrowsmith, su paso por la Universidad y su decepcionante carrera en la medicina privada y la sanidad pública para, finalmente, consagrarse a la investigación científica, su auténtica e idealizada pasión. En la novela se plantean cuestiones sobre el modelo sanitario público, sobre la Medicina entendida como práctica puramente lucrativa, la investigación básica frente a la investigación aplicada, los "medicamentos milagro", dilemas éticos… temas de plena y total actualidad pero que Sinclair Lewis aborda hace casi un siglo.

Por qué leer Arrowsmith (algunas buenas razones).

Curiosamente, pueden encontrarse algunos artículos que han estudiado cómo se abordan en la novela los avances en inmunología y bacteriología (vid. Lowy I. Immunology and literature in the early twentieth century: “Arrowsmith” and “The Doctor’s Dilemma”. Med Hist. 1988; 32:314-332).

Destacamos las palabras de José Manuel Álvarez, responsable de la última traducción de la novela al castellano: “La medicina y la sanidad públicas parecen estar amenazadas en el presente por esas mismas fuerzas que nos describe Lewis en sus inicios y que parecen hoy mucho más poderosas, insidiosas, amenazadoras e implacables que entonces“. Se comparta o no una afirmación de tal calado y tan rotunda, tal vez convendría no olvidar que –como se dice en la novela- “…el mundo siempre está dejando que haya tipos que impongan estupideces solo porque son de buen corazón.” [Y a veces ni tan siquiera tienen eso...].

El árbol de la ciencia (1911) 

Se ha venido señalando el carácter semiautobiográfico de esta breve novela, que en su primera parte narra la vida como estudiante de medicina de Andrés Hurtado. A través de su familia, profesores, condiscípulos y amistades diversas, Baroja realiza una feroz y despiadada radiografía del Madrid de finales del siglo XIX. En la segunda parte cuenta la estancia de Hurtado como médico en Alcolea, aprovechando para mostrar la penosa situación del campesinado (víctima del caciquismo, la ignorancia, la desidia y la resignación), el retorno a Madrid donde trabaja como médico de higiene. (Baroja hace aquí énfasis en la situación de la prostitución de Madrid del siglo XIX) y, finalmente, el desgraciado matrimonio con Lulú, una chica que conoció en sus tiempos de estudiante.
 
El árbol de la ciencia contiene las características generales que identifican el estilo de la denominada Generación del 98, de la que Pío Baroja fue uno de sus máximos exponentes. Cabe señalar el tono pesimista de hastío, angustia y amargura existencial que impregna toda la obra, la desestructuración familiar y la relación de (mal)trato de la mayoría de los hombres con las mujeres, consideradas más como objetos que como personas, la melancolía del pasado, la ausencia de perspectivas y la incertidumbre ante el futuro. La novela es un auténtico ejemplo de novela de personajes, que anticipa y prefigura el absurdo del nihilismo existencialista.
 (Continuará…)

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Lecturas para la humanización (I)

 «Leemos para entender, o para comenzar a entender. No podemos hacer más que leer. Leer casi tanto como respirar, es nuestra función esencial.»
Alberto Manguel
El médico [vale decir el/la profesional sanitario/a] debe poseer ante todo un conocimiento del hombre, pero no solamente de orden fisiológico, anatómico y patológico. Debe conocerlo desde todas las dimensiones de su vida, en sus debilidades, y en sus fuerzas, en su prudencia y en su locura. Sin ninguna duda podemos sacar más provecho, en este dominio, de los libros de los poetas, quienes, con una auténtica mirada vidente, penetran en las profundidades de la naturaleza humana, que de los libros de antropología”
Luis Montiel (Alquimia del dolor. Estudios sobre medicina y literatura. 2009)

“La medicina es una profesión muy especial”, afirma J.M. Sánchez Ron en la reseña de una de las novelas que comentaremos... “Navega a través de aguas agitadas, aquellas en las que confluyen océanos que pueden estar relacionados, pero que también pueden ser muy diferentes, como son los de la ciencia, la técnica, la psicología (para tratar a los pacientes) o los negocios. Es, además, una profesión con la que todos terminamos, inevitablemente, relacionándonos.”

Precisamente por esa naturaleza poliédrica y multidimensional la Medicina ha sido (siempre) objeto de (especial) atención desde el ámbito de la literatura. Por ello, estamos convencidos de que la literatura es primordial en la formación de médicas, enfermeras, fisioterapeutas y de cualquier otra especialidad o disciplina sanitaria. Un buen amigo solía preguntar a los/as nuevos/as residentes que llegaban a su hospital qué tipo de libros leían –además del consabido e inevitable estudio de textos médicos-, en la (certera) creencia de que leer únicamente libros de medicina no solo era poco aconsejable, sino también insuficiente: “Si lees solo libros de medicina acabarás “embruteciendo”, les decía muy seriamente…

Las relaciones entre las humanidades y la práctica clínica, así como en la educación y formación de los/as profesionales sanitarios/as, han sido siempre objeto de especial interés y atención en el mundo anglosajón, algo que (por desgracia) no puede decirse que haya tenido su reflejo por estas latitudes.

En The Humanistic Clinician: Traversing the Science and Art of Health Care, un artículo publicado en 2010, los autores señalan precisamente que las humanidades ofrecen un marco idóneo para abordar los aspectos no materiales de la enfermedad, ayudando a diferenciar ésta, como entidad física, de la experiencia (vivencia) más amplia (que rodea) la enfermedad. Las humanidades honran el lugar de la curación incluso en medio del proceso de una enfermedad incurable. Las humanidades proporcionan un medio por el cual la historia de sufrimiento de los/as pacientes, su significado, la vida vivida, sus relaciones, lo sagrado o significativo que sean, puede ser oída y valorada en el contexto clínico. Las humanidades abarcan la totalidad de la experiencia humana: la vida interior o espiritual, la expresión de esa experiencia en el arte, la literatura, la historia o la canción, y el apoyo al/a la paciente en el contexto de la curación y de unas relaciones compasivas con el personal clínico.

Las humanidades pueden definirse como "disciplinas académicas que estudian la condición humana". Para caracterizar mejor este área de conocimiento es útil contemplar al o a la "clínica humanista" como aquél/aquella que incorpora una serie de rasgos óptimos a través de los cuales puede expresarse una perspectiva de humanidad en su trabajo diario, ya sea en la enseñanza, la investigación o en la atención clínica. En relación con el propósito que nos ocupa, algunos de los rasgos que se sugieren son la compasión, la empatía y la competencia narrativa. Esta última se encuentra en el corazón de la literatura: consiste en ver la vida como una historia que se desarrolla. Para leer al paciente como una historia que se desarrolla y el increíble regalo de ser invitados/as a facilitar, si es necesario, cualquier "narración", y también vernos a nosotros/as mismos/as como historias evolutivas que tienen el potencial de ser transformadas por las relaciones con nuestros/as pacientes. Las historias de vida pueden ser descritas tanto por la ciencia como por las humanidades. Ambas disciplinas nos permiten encontrar el significado y el propósito definitivos en la vida. Y si el significado es creado o descubierto, ello es sin duda la esencia de la celebración más exuberante de la vida…

En Estados Unidos el primer programa de literatura en una facultad de Medicina se inició en la Pennsylvania State University College, en Hershey, cuando Joanne Trautmann comenzó a impartirlo en 1972. Desde entonces, esta materia está presente en los planes de estudio de aproximadamente dos tercios de las facultades de Medicina de Estados Unidos con el objetivo de enriquecer los curricula médicos, (centrados sobre todo en la transmisión ‘neutra’ de los hechos científicos con un enfoque meramente biologicista), incorporando además la enseñanza de aspectos relativos a las humanidades.

Baste apuntar aquí la existencia de una prestigiosa revista especializada (Literature and Medicine), publicada por Johns Hopkins University Press de forma  ininterrumpida desde hace 35 años (1982), destacando siempre la importancia de la literatura dentro de las humanidades médicas.  A ella se refería un artículo publicado en The Lancet con el significativo título: Why literature and medicine? (The Lancet. Vol 348. July 13, 1996).
En todo caso, y como han señalado  en este sentido algunos destacados autores en esta materia (v. Charon R, Trautmann Banks J. et al. Literature and Medicine: Contributions to Clinical Practice), el campo de la literatura y la medicina aporta métodos y textos que ayudan a los profesionales a desarrollar habilidades en las dimensiones ‘humanas’ de la práctica clínica. Pueden señalarse al menos cinco amplios objetivos que justifican el estudio de la literatura en la educación profesional:
1) la revisión literaria de la enfermedad puede enseñar a los/as profesionales lecciones concretas y poderosas sobre la vida de la persona enfermas.
2) las grandes obras de ficción sobre Medicina permiten a los/as profesionales reconocer el poder y las implicaciones de su trabajo.
3) a través del estudio de la narrativa los/as profesionales pueden entender mejor la historia personal y de enfermedad de los/as pacientes y su propio interés personal en la práctica clínica.
4) los estudios literarios contribuyen a mejorar la experiencia de los/as profesionales en la ética narrativa.
5) la teoría literaria ofrece nuevos enfoques sobre el trabajo y la perspectiva de género en Medicina.

La siguiente tabla recoge algunos ejemplos sobre cuáles podrían ser los objetivos generales de un curso de literatura y medicina:


Los grandes temas generales que pueden abordarse y en los que se incardinan las diferentes lecturas propuestas serían, entre otros:

Las repercusiones psicológicas de la enfermedad. Se trata de obras que reflejan cómo la enfermedad afecta a la vida de quienes la sufren, especialmente cuando es irreversible o mortal.
La enfermedad en primera persona. Se incluyen aquí obras que narran las vivencias generadas por la enfermedad que sufren o han sufrido los/as autores/as. Algunas de ellas ofrecen una visión de primera mano de cómo la viven los/as afectados/as, y su opinión sobre médicos/as y profesionales sanitarios/as.
Los aspectos sociológicos de la enfermedad. La sociedad está formada por seres humanos y es indudable que la enfermedad, como afección personal, conlleva con frecuencia repercusiones en ambas direcciones. Por un lado, la afección de los/as pacientes influye en la conducta de las sociedades en que viven, pero el rechazo o la aceptación de éstas también modula la vivencia personal de la enfermedad.
La medicina como profesión: la relación médico/a-paciente. Las dificultades del ejercicio de la medicina, las diferencias entre medicina hospitalaria y extrahospitalaria, así como los conflictos entre médicos/as y pacientes, se plantean claramente en numerosas obras.
Los límites de la investigación médica. Dada la extensa actividad investigadora en hospitales y otros centros sanitarios, es importante reflexionar sobre su significado y cómo debe existir un compromiso entre el respeto a las personas enfermas y el progreso de la medicina. Algunos libros reflejan también las tentaciones de fraude y corrupción que pueden aparecer en el campo de la investigación.

En un pequeño librito publicado hace ya algún tiempo (Medicina basada en el humanismo. Fundación Málaga, 2005), mi estimado Joseantonio Trujillo @Joseatrujillo  proponía desarrollar lo que denominaba “Programa Humanitas”, cuyo objetivo fundamental era “contribuir a la formación humanista del profesional sanitario, que por motivos obvios debe enfrentarse tan a menudo con el dolor y el sufrimiento humanos”. Utilizando la literatura como disciplina humanista pretende “suscitar el interés del lector por la belleza, la verdad, la justicia, el bien, la felicidad, la alegría, el amor, el dolor, el sufrimiento, la comprensión, la compasión y la solidaridad” (nada menos…). El programa comprendía la lectura de una serie de libros que, a su juicio, deberían suponer “un paso básico y obligado para cualquier profesional sanitario que entienda su profesión como una vocación de la que no puede sustraerse”.

El listado de veinte títulos propuesto deja pocas dudas: se trata de obras necesarias (más aún, imprescindibles), para una adecuada y cabal comprensión del dolor, la vulnerabilidad y la incertidumbre que acompañan a la persona enferma en ese itinerario de incertidumbre que con frecuencia es el proceso de enfermar y la búsqueda de atención sanitaria:
   
Francisco Umbral: “Mortal y Rosa”
Maxence V.der Meesch: “Cuerpos y almas”
Sandor Marai: “La hermana”
Amélie Nothomb: “Biografía del hambre”
C.S.Lewis: “El problema del dolor”
Oliver Sacks: “Un antropólogo en Marte”
Thomas Mann: “La montaña mágica”
Vasili Grossman: “Todo fluye”
Albert Camus: “La peste”
Alberto Barrera Tyszka: “La enfermedad”
Lev Tolstoi: “La muerte de Ivan Ilich”
Irene Nemirovsky: “El maestro de almas”
Anton Chéjov: “El pabellón número 6”
J.A.Vallejo Nájera: “Locos egregios”
Robert L. Stevenson: “El Dr.Jekyll y Mr.Hyde”
Víctor E. Frankl: “El hombre en busca de sentido”
Marguerite Yourcenar: “Memorias de Adriano”
Alexander Jollien: El oficio de ser hombre”
A.J.Cronin: “La ciudadela”
Elisabeth Kübler-Ross: “Sobre la muerte y los moribundos”

 En un maravilloso libro titulado The Hall of Uselessness (hermosamente traducido como Breviario de saberes inútiles), y que abarca los temas más diversos, el sinólogo, traductor, ensayista, novelista, crítico literario y profesor de lengua y cultura chinas en Australia durante gran parte de su vida, Pierre Ryckmans (Bruselas, 1935-Canberra, 2014), que publicaba sus obras bajo el pseudónimo de Simon Leys, aseveraba de forma un tanto provocadora: “Entre dos cirujanos igualmente competentes procure que le opere el que haya leído a Chéjov”, con lo que de alguna manera quería señalar cómo la literatura puede contribuir a que estudiantes de medicina, enfermería, fisioterapia y otras disciplinas sanitarias, sean mejores profesionales.
(Continuará…)